14 de octubre de 2013

Esto no es un Diario

Es bien sabido por los Dioses cuánto detesto hablar sobre situaciones mundanas. Mi mundo nace a partir de seres malditos, siniestros, pesarosos, atormentados y bellos, solitarios pero sin embargo amables, antiguos, añejos… pero nunca deambulé sobre los raíles de lo común, lo cotidiano ni lo alcanzable a la simpleza de la mente humana.

Sin embargo, un eco atronador diluye mis pensamientos estos días:

- “¿Por qué no escribes un blog sobre tu vida en Londres? ¡Eres escritora! ¿No tienes un blog para contar tus pesares, añoranzas y anhelos en esta nebulosa y oscura ciudad?”

En efecto y como habrán adivinado, NO, no tengo mi diario de abordo con la cubierta bajo el apelativo “Otra española más en Londres”. ¿Por qué? Os preguntaréis aquellos que no me conozcáis… ¿Por qué? De acuerdo. Sucumbamos ante los motivos para dejar zanjado este tema, para cerrar esta maldita puerta y poder abrir miles de ventanas hacia el maravilloso inframundo por el que acostumbra a pulular todo mi ser.

Comencemos.

El primero de los dos motivos principales es, cómo no, estilístico. Odio, detesto, aborrezco escribir en primera persona. Es tedioso, egocéntrico y suena, como decía antes, a “diario de a bordo”, a cartas de navegación insípidas como si ante un absurdo monstruo marino estuviéramos, sin ser esto para nada cierto. Esas recurrentes (pero vacías de estilo) cartas que vemos a diario en periódicos, telediarios y noticias, redes sociales o simplemente contadas por alguien cercano; aquellas cartas que nos cuentan el hastío español ante la situación política, o cuánto echamos de menos a nuestros familiares, cuánto amamos a nuestra patria… o el frío y la incomunicación que sentimos en estas tierras extrañas bañadas por una niebla espesa que te carcome los tuétanos del alma… Son cartas que buscan la lágrima fácil y que apelan al sentimiento de “mi tierra es la mejor” acuñado el siglo pasado por un señor pequeñito y malvado llamado Francisco. Pero éstas cartas olvidan algo fundamental bajo mi punto de vista: el estilo. Damas, Caballeros, no todos podéis escribir… ni siquiera sé si yo puedo (lo intento) pero cuesta sangre, sudor y lágrimas enfrentarte al folio en blanco con algo verdaderamente bueno que decir sin caer en la desidia o el populismo más indignante. Volvamos por favor a hacer las cosas bien… no todo está en el contenido sino también en el continente. Dejemos que los hados expandan su magia y creen cosas hermosas, no sólo lacrimógenas. ¿Veis por qué detesto la primera persona? Me siento desnuda ante esta maraña de reprimendas, y por supuesto lo último que pretendo (y es lo que da ésta resbaladiza primera persona) es adoctrinar ni aleccionar a nadie. Ya somos todos mayorcitos y yo tan sólo os narro mis motivos, tan subjetivos y personales como los de cualquier otro ser humano sobre la faz de la tierra.

Pues bien, haciendo uso de esta bendita primera persona desde la que os hablo, os diré que ésta tragedia que plasman las cartas cada día no se parece, ni se asoma, a las vidas de cientos y cientos de “españolitos” en Londres. Y aquí viene el segundo motivo, el definitivo por el cual no pienso escribir este tipo de “papel mojado”: Yo estoy aquí porque quiero. Nadie me ha echado de mi país natal ni me he visto obligada por “las circunstancias” a marcharme. Parémonos a pensar (ya sé que no es costumbre, hagamos un esfuerzo), ¿elegimos donde nacemos? Es evidente que no, simplemente el universo da un par de toques y… ¡voilà, una nueva criatura en el mundo! Ya sea en Madrid, en Barcelona, en Asturias o en Andalucía, simplemente “nos toca”. Llámalo destino, casualidad, broma o suerte, pero es así. Por tanto, ¿no es un poco absurdo sentirte atado a un sitio por el simple hecho de haber caído en él? Es lógico y evidente que tomemos cariño a nuestro lugar de origen, dado que es donde nacen también nuestros recuerdos y donde permanecen nuestros seres queridos, pero más allá de eso, ¿para qué? ¿Por qué una persona nacida en Kuala Lumpur no puede sentirse atraída por Rusia? ¿Por qué un neozelandés no puede amar Holanda más que a su vida? ¿Por qué una jerezana no puede soñar con formar parte del Reino Unido?

En efecto, esto no va de ausencias, ni de un rosario con dientes de marfil… esto va de sueños, de ideales, de gustos y sobretodo de deseos. Conozco a muchas personas, españolas o no, encantadas de estar viviendo en Londres. Unas tienen buenos trabajos, otras acaban de empezar y ponen cafés (benditos cafés) mientras cargan con dos carreras a sus espaldas. Unas comparten piso, otras tienen una modesta casita o una casa increíble. Unas salen por Camden, otras por Soho, otras ni salen… pero todas y cada una de estas personas tienen algo en común más fuerte que una patria o que una bandera: todas ellas comparten su amor por Londres y su felicidad por haber cumplido su sueño de venir e intentar abrirse paso en esta mágica y babilónica urbe.

No venimos a sobrevivir, venimos a VIVIR.

Y es en este último grupo donde me ubico, en el de las personas encantadas, que bailan bajo el hechizo de la lúgubre Londres, que lloran de emoción al pasear con la lluvia entre sus callejuelas victorianas de ladrillo marrón, que caminan a la orilla del río y alzan la vista ante la imponente arquitectura que supura por cada poro de esta madre de todas las ciudades. Estamos aquí como resultado de un esfuerzo, de un sentimiento de superación, de un anhelo de algo distinto… hemos seguido nuestros propios pasos, hemos seguido los dictados de nuestra alma. Y aquí estamos. Felices. Formando parte de nuestro sueño, viviéndolo y sintiéndolo cada segundo con más fuerza que el anterior.

Por tanto, no voy a escribir un blog, ni un “diario de” sobre mis andaduras en Londres. Voy a salir a la calle y a Vivir esta experiencia con mis cinco sentidos. Voy a inspirarme, voy a liberar mi imaginación y voy a construir decenas de historias que algún día podré contarle a mis nietos. Algún día miraré sus chispeantes ojos y les diré: “Queridos, soy una mujer que ha cumplido sus sueños, y que ha disfrutado en el proceso”.

Y pobre de aquellos que vengan aquí queriendo estar allí. Porque eso significa que están renunciando a sus sueños, y ni una crisis, ni siquiera un país entero, es suficiente para cortar las alas y mitigar los deseos de nadie. Desde aquí os digo, españoles en Londres, en España o en Tombuctú: Seguid vuestros sueños. Las circunstancias pueden ser duras, pero no podéis rendiros, estéis donde estéis. No renunciéis nunca a soñar. Id en busca de aquello que os apasione y pelear por ello hasta que lo logréis, pues de otro modo vuestra vida no habrá tenido sentido.

Dicho esto, me retiro de esta breve primera persona para volver a mi mundo y contar las maravillas que habitan en él. En tercera persona.



Una española en Notting Hill.