8 de marzo de 2011

El vuelo del Ángel

       Los últimos rayos de sol se resbalaban por la ventana de su apagada alcoba transfiriéndole unos tintes anaranjados y casi espectrales, dentro de los cuales ella se sentía cómoda. Sentada en el taburete, frente al tocador, iba dándole los retoques finales a su disfraz.

En pocas horas iba a dar comienzo el carnaval de Venecia, y ella estaba impaciente, nerviosa y emocionada. Le encantaba pasear por las calles de su ciudad con el rostro cubierto, sin que nadie pudiese reconocerla y sin que nada detuviera su paso… ni su diversión.

El ángel estaba a punto de echar a volar.

Polvos de mariposa para resaltar sus pómulos, pigmentos puros traídos de Egipto para dar profundidad a sus ojos, unos ojos verdes como la esperanza que se albergaba en ellos… y purpurina.

La purpurina plateada jugueteaba con su rostro, haciéndole guiños brillantes perfectamente estudiados y orientados para el desconcierto de aquellas personas que se dignasen a mirarla.

Y por último, el carmín.

Sus labios adoptaban, gracias a ese mágico ungüento, un aspecto apeteciblemente saludable como de un clavel abierto en todo su esplendor.

Estaba preparada. Con delicadeza cogió el antifaz que había guardado en el cajón con mucho cuidado, el mismo que su familia había conservado pasando de generación en generación y que ahora por fin estaba en su poder. Era un antifaz peculiar: negro, con filigrana plateada y purpurina… pero con un halo de misterio que hacía que todo aquel que se lo probara fuese recorrido por una sensación escalofriante, indescriptible e incómoda. Ella en cambio se extasiaba cada vez que el pequeño artilugio se ponía en contacto con su pálida piel.

Las plumas negras decoraban sus rizados cabellos y se entretejían con los mismos, recogiéndose en un moño propio de la moda de la época, elevado y que despejaba el hermoso y fino cuello de la joven.

Ahora tan sólo quedaba el vestido.

Gasas árabes, sedas salvajes de India, encajes españoles y pedrería del Véneto hacían de su atuendo uno de los más lujosos de toda la ciudad, y también uno de los más esperados…

El estrecho corpiño resaltaba sus atributos femeninos, marcaba su cintura para luego abrirse en un mundo de telas interminables que caían hasta sus pies… todo ello del azabache más intenso y del plateado que haría sombra a la mismísima luna.

Una vez vestida, se acercó hasta el espejo para ver el resultado final. Su imagen era la de una Diosa en todo su apogeo, a la que los pobres mortales no dudarían en adorar… pero entonces le vio.

El espectro de su amor estaba en pie, junto a ella.

Era el hombre más hermoso que jamás conocería, había sido su vida, su todo… la historia se había terminado, pero su fantasmagórica imagen no paraba de perseguirle, de estar a su lado, en su recuerdo, para atormentarla día y noche.

Ella cogió entonces su inmenso abanico de plumas negras y lo sacudió a su alrededor, en un vano intento de espantar a aquella figura… pero todos los esfuerzos eran inútiles, puesto que él estaba dentro de ella, en su cabeza y en su corazón.

Es hora de que comience el espectáculo.

Con paso decidido, caminó hasta la puerta, la abrió, tomó aire y salió a la calle. Estaba preparada para la fiesta y nada ni nadie se lo impediría.

Comenzó a recorrer las arduas y estrechas callejuelas de Venecia, cruzándose con gente de todo tipo, ocultas bajos sus máscaras y sus ropajes majestuosos…

Vio a un Pierrot, llorando y persiguiendo a Columbina, a un desenfadado Arlequín o al siempre estrafalario de nariz puntiaguda Doctor de la Peste. Todos ellos recién salidos de la Comedia del Arte, impregnando las calles de poesía, de música y de esplendor.

Poco a poco la muchacha empezó a sonreír, fascinada por el derroche de color y de magia que la rodeaba entre sus brazos.

Pero entonces vio una rosa blanca… y se derrumbó.

Giró la cabeza y vio el café por el que solía parar con él… siguió andando con paso acelerado, huyendo de los recuerdos, y entonces comenzó a oír la música que él le cantaba al oído cuando estaban a solas. El fantasma de su amor estaba de nuevo junto a ella, persiguiéndola, sin dejarle vivir ni respirar.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, empezó a sentir un leve mareo, y tuvo que dejarse caer en el suelo, reposando su espalda contra la pared de una de las imponentes fachadas de los palacios venecianos.

¡Vuelve al mundo de los muertos! ¡Déjame vivir!

Sus esfuerzos por sacarle de su memoria eran inútiles. Veía las tardes en las que eran felices, paseaban juntos, reían de alegría y lloraban de emoción… nada de eso volvería nunca, lo cual la atormentaba aún más.

Y sin quererlo, volvió a sumirse en el mundo de los sueños, rememorando aquella felicidad pasada: él era todo su mundo, la persona que le hacía sonreír con tan solo una mirada, con un pequeño gesto de complicidad. Ella vivía por y para él, no dormía sino estaba a su lado, no comía sino era con él… su estómago saltaba cada vez que veía su figura en la lejanía… pero él había sido un traidor, un cobarde y un egoísta. La había abandonado en el esplendor de su vida.

¿Llegó a amarme alguna vez, o sólo fue un vano sueño del que no quería despertar? Ya todo daba igual… volvía a estar sola.

Las campanas de la iglesia comenzaron entonces a repicar. Dentro de unos instantes, el ángel volaría…

Ella abrió de nuevo los ojos, se miró las manos y contempló su anillo, aquel anillo que le dio su abuela en el lecho de muerte acompañado de estas palabras:

“Cuando estés sumida en las sombras, dale vueltas a este anillo, y la luz volverá a tu mundo”.

Entonces lo hizo. Comenzó a acariciar suavemente la alianza de plata, y cada vuelta que le daba era como si su ánimo fuese creciendo, levantándose con ella.

Se puso en pie, sacudió sus vestiduras y se preparó para continuar su camino… él parecía haber desaparecido. Pero algo de pronto le impidió que echara a caminar: un brazo firme la sujetaba por la muñeca.

Paralizada. Así se quedó ella ante tal sorpresa.

No pudo girarse ni moverse, estaba petrificada. Entonces notó un cálido aliento acercándose a su oído…

“No esperes que te salven. Ya has esperado demasiado” le dijo una voz profunda y varonil, no ajena para ella. “Conoces todas tus vidas, y en cada una de ellas has cometido el mismo fallo: está bien que el amor gobierne tu vida, pero no confundas amor con desesperación”.

Incrédula, sus ojos se abrían como los de un ave rapaz al localizar a su presa. Esa voz le era familiar, era la voz que cada noche le susurraba en sueños.

El Señor del Karma había vuelto para darle un ultimátum…

“La única que puede salvarte eres tú misma. No vivas la vida a través de otras personas, no esperes que te rescaten, no estés a la expectativa de encontrarle. Vive tu vida, sé feliz y siéntete completa en soledad”.

“Cuando aprendas esto, podrás volver a volar. ¿Quieres intentarlo?”

Boquiabierta. Ella sabía muy bien de qué le hablaba, y lo peor de todo es que sabía también lo que tenía que hacer. Había llegado la hora de renacer, de dejar atrás toda su vida y de seguir su camino…

Había llegado la hora de volar, pero… ¿encontraría sus alas?

En un último esfuerzo, consiguió soltarse del brazo que la ataba y se giró para ver el rostro que había pronunciado tan bellos sonidos. Nadie. Entonces agudizó la vista, y vio cómo a lo lejos, una figura masculina, vestida de negro, con una larga y elegante capa que le arrastraba por el suelo se perdía entre la multitud. Un halo de luz y misterio le rodeaban… había sido él, no había duda. El Señor del Karma había salido del mundo de los sueños para recordarle lo que había sido ella en otros tiempos, y lo que podría volver a llegar a ser.

Una ráfaga de viento recorrió entonces todo su cuerpo, su rostro, sus manos… “Busca tus alas y Salta”.

De pronto miró hacia abajo y vio a la multitud expectante. Después de varias horas paseando y meditando entre telas, destellos y perfumes, había llegado por fin a la Plaza de San Marcos.

Ella estaba sobre la cornisa más alta de la Catedral, sujetada por dos hombres, esperando la señal que daría comienzo al espectáculo.

El vuelo del ángel era una tradición que se remontaba siglos atrás y que abría las puertas a una noche llena de festejos, una noche donde todos eran quienes querían ser, una noche donde Don Carnal poseería toda Venecia.

Había llegado el momento de que el ángel echara a volar.

7 de marzo de 2011

Almas hermanas


Querido hermano:

Hace unos días leí un libro muy interesante sobre un hombre con valor. Su nombre es Víktor Frankl, y vivió durante la Segunda Guerra Mundial en un campo de concentración nazi, del cual logró salir. Creo que su actitud y su historia te vienen muy bien ahora, en estos momentos tan difíciles por los que estas pasando. Sé que eres fuerte, como él, y sé que saldrás adelante.

Como te decía, Frankl es el creador de la logoterapia, y como tal, sabe “aprovechar” el sufrimiento que supone en ocasiones la vida. Él fue blanco de los nazis en un campo de concentración y de ahí aprendió y supo ver más allá. Defendió que el sufrimiento es una mera circunstancia y que lo que realmente importa es la actitud que tengamos ante él. Tras atravesar los momentos más críticos que un ser humano puede pasar, estando al borde de la muerte y privado de todos los elementos básicos que el hombre necesita para sobrevivir, Frankl tomó un camino diferente. Aprendió de estas circunstancias y adquirió una actitud positiva ante su destino. Defendió que cuando estás privado de todo, lo único que te queda es la libertad de adoptar una actitud u otra ante esas adversidades. Lo máximo que tiene el ser humano es la libertad, la libertad de elegir, el libre albedrío. Cuando estás ante una situación límite, aún te queda ese rayo de esperanza de decidir cómo te vas a enfrentar a la vida para aprender y trascender la barrera de lo material. En pocas palabras, aprender de los hechos para crecer espiritualmente.
 
Si esta actitud ante el sufrimiento la comparamos con el sufrimiento en nuestro tiempo, es evidente que no tiene ni punto de comparación con lo que pudo sufrir Frankl. Hoy en día pensamos que sufrimos mucho con la vida, pero realmente es porque estamos en una especie de burbuja, con los ojos vendados y sin apreciar realmente todo lo que somos y todo lo que tenemos. La existencia humana actual es infinitamente mejor en cuanto a condiciones de vida que las del periodo Nazi, pero aún así nos quejamos. Nuestra actitud ante el mundo es de lamentos y quejas, sin valorar nuestro alrededor y disfrutar de él. En este sentido podríamos hacer caso y tomar ejemplo de Frankl, el cual supo crecerse ante la adversidad. El mundo de hoy se rinde muy fácilmente: nos quejamos por tener demasiado trabajo o por no tenerlo, por no tener tiempo libre o no tener dinero, por tener unos kilos de más o por no poder ir este año de vacaciones… Ante estos hechos, nuestra actitud es pasiva, no hacemos nada por cambiar las cosas, nos hundimos y pataleamos como niños pequeños. Este mundo necesita valor, necesita fuerza para creer en nosotros mismos y afrontar las vicisitudes de la vida. No siempre las cosas saldrán como nosotros queramos, pero lo mejor es aprender de Frankl y adoptar una actitud positiva ante la vida. Rendirse es de cobardes, debemos afrontar los retos del día a día; sólo así podremos crecer como personas y ser felices, que al fin y al cabo es de lo que se trata.

Sé que tú eres valiente y que, como Frankl, conseguirás salir del campo de concentración en el que te han metido las circunstancias de la vida.

Ánimo y suerte.



P.D.: Afortunadamente, todos tus mayores males ya pasaron. He querido poner esta carta hoy aquí, dos años después, para que veas lo maravillosa que es la vida, y que esa actitud de la que te hablaba es fundamental para salir adelante.

Te quiero, hermano.

3 de marzo de 2011

Despertar

     Una vez más, allí estaba ella, sentada sola ante el gran abismo.

Cada vez que tenía una experiencia similar, no podía hacer otra cosa sino correr, correr fuerte y rápido hasta donde dieran sus piernas. Curiosamente sus piernas siempre acababan en el mismo lugar: el abismo.

Sentada y con los pies colgando, una majestuosa profundidad se abría ante sus ojos para demostrarle que su vida era algo miserable al lado de la grandeza de la naturaleza.

Pero ese mísero existir era a su vez su bien más preciado.

El aire puro y limpio llenaba con ansia sus pulmones, su boca jadeante se refrescaba con el viento que parecía soplar para ella, sus ojos eran incapaces de abarcar tanta grandeza.

Un nuevo día despuntaba por encima de las montañas más lejanas, mientras toda clase de seres y animales del bosque comenzaban a despertar… o a dormir, como era el caso del búho. Las lágrimas de la noche dejaron de brotar para dar paso a algo más fuerte llamado sol, pero no tan poderoso como el manto de la oscuridad que la luna vestía cada noche, arrastrando plantas, musgos, y flores a su paso.

Jetzel miraba atónita este espectáculo, pero era incapaz de dejar de llorar.

Ella era feliz, tenía todo lo que una mujer de su edad y su medio natural podía desear, pero ese sentimiento le oprimía tanto que hasta le costaba respirar.

No sabía que era, ni de donde venía, pero era algo que le empujaba el pecho y que le hacía retorcerse de dolor y mirar al cielo diciendo: Basta!

Ciertamente la joven no podía más, no sabía lo que le estaba ocurriendo, pero cada noche gritaba y se lamentaba por el bosque, ahuyentando a las oscuras criaturas que allí vivían. Corría, gritaba, sangraba, lloraba de dolor… su cuerpo estaba cambiando.

Aquella noche que por fin terminaba había sido la más espantosa de todas. Lo que le había ocurrido hacía unas horas no podía haber sido real, era Imposible.

“Esas cosas no existen, sólo viven en los cuentos”

Sus piernas se volvieron más fuertes y musculosas, sus pies no necesitaban zapatos para caminar, su cuerpo parecía haber sido insuflado por la mismísima muerte, tiñéndole de un tono blanquecino y de ultratumba. Sus uñas se hicieron afiladas y largas cual dagas de plata, su cabellera se volvió más espesa hasta acariciarle los tobillos, tan negra como la noche que se cernía ante ella. Sus labios se volvieron trémulos y rojos como una rosa de mil pétalos, sus facciones se agudizaron y le proporcionaron una belleza sutil y superior al resto de criaturas nocturnas, pero lo más inquietante al mirarse en el reflejo del río no era ninguna de estas nuevas características…

Sus colmillos habían crecido y se habían vuelto afilados y sanguinarios, sus movimientos eran tan veloces que ni siquiera los animales más avispados del bosque podían capturar con su mirada. Pero había algo peor aún…

Sus ojos mutaban y se volvían del color de aquello que ella miraba: cuando observaba su reflejo en el río, sus ojos eran de un azul profundo, cuando miraba hacia la luna se volvían plateados, cuando miraba a lo lejos la espesura del bosque entonces sus ojos eran verdes cual esmeraldas…

¿Qué demonios le estaba ocurriendo? ¿Por qué a ella? ¿En qué se estaba transformando cada noche de sus días? Su mente no podía parar quieta. Tan solo tenía clara una cosa: Ella era un monstruo.

Pero de pronto, aquella mañana, sentada y contemplando de nuevo su humana desnudez bajo los primeros rayos del sol, escuchó una voz que le decía:

“No temas, ahora serás más poderosa que antes, y tendrás una familia de seres con una belleza casi igual a la tuya. No temas.”

Asustada se giró para contemplar la boca de la cual habían salido tan extrañas y desconcertantes palabras, pero una vez más, no había nadie. Al principio creyó estar volviéndose loca, pero con el tiempo se dio cuenta que no, que esa voz realmente existía y se metía en su cabeza para guiarla hacia su nuevo hogar, hacia su nueva guarida.

Las horas, los días y los meses pasaban, y cada vez Jetzel gustaba más de su nueva apariencia nocturna. Apreciaba sentir el frescor de la hierba mojada, amaba caminar desnuda por la inmensidad de la noche, y… ¿por qué no decirlo?

Amaba la sangre.

Aquella noche se dirigía hacía su guarida para celebrar la ceremonia de hermanamiento a través de un ritual ancestral, canalizado por Markus, el vampiro más antiguo de su clan. Estaba nerviosa y excitada, por fin había conseguido encontrar la voz que le susurraba cada noche, por fin había encontrado su nuevo hogar, por fin era libre, por fin… por fin iba a conocer esa voz, la voz de Markus. Por fin iba a convertirse para siempre en lo que anhelaba desde aquel día sentada en el abismo.

Había llegado el momento de convertirse definitivamente en un Súcubo.

Sus alas le estaban esperando y, al igual que ella, tenían sed.

La Soledad

     El día se apagaba al igual que su corazón, y los vientos del norte acariciaban su rostro y le hacían recordar ese tiempo en el que ella ansiaba una nueva vida tanto como la soledad que ahora embargaba todo su ser.

De pronto una lágrima corrió por sus mejillas llenando su cabeza de recuerdos, de sentimientos y de una esperanza tan grande como el árbol en el cual estaba apoyada y tan profunda como el propio paisaje que se desplegaba majestuoso ante sus cristalinos ojos.

No entendía cómo podía haber sucedido aquello, cómo había pasado de un estado tan predeciblemente aburrido a esta sublime situación, en la cual sentía que ya su vida no era suya, sino del universo, el cual podría quitársela en cualquier momento.

Su cuerpo se estremecía y no era el viento, su alma quería volar y no le importaba no tener alas… puesto que ella aún las sentía.

Su sensación era la de una dualidad fuerte, extraña y dolorosa… toda su vida hasta este instante había estado serena, calma y protegida por algo más grande que el mundo, hasta que de pronto algo más catártico que la mismísima muerte había hecho que ya nada fuera igual.

Siempre pensó que todo el mundo la recordaría durante toda la eternidad por ser quien era: la gran Lilith, la primera mujer que fue capaz de desafiar el orden, la ley y el mandato establecido por el hombre… pero nada más lejos de la realidad.

Lo que ella siempre había visto (hasta ahora) como una revelación, como una gran hazaña de libertad, como el caminar hacia algo más grande y más importante que cualquier vida, de repente ahora deja de tener ese halo de magia, de potencia suprema para tocar el suelo de lo real… Lilith quería sentir la soledad.

Esa revelación no fue más que una rabieta, esa hazaña de libertad era el disfraz del aburrimiento y ese caminar hacia la grandeza no era más que el intento de huir de una vida llena de sin sabores.

Lilith vivía cómoda, pero sin retos, alegre, pero sin expectativas, en el paraíso, donde todo era tan perfecto que nunca había intrigas ni emociones, ni cosas por resolver…

El ser humano no puede ser feliz con una vida feliz, los problemas y los conflictos son los que provocan las fricciones, las intrigas y el disfrute de esos pocos momentos buenos que surgen, mientras que si toda nuestra vida es plena, nos cansamos de ella.

Lilith tenía una vida perfecta, plena y feliz, y nadie en su sano juicio es capaz de soportar tanta placidez y perfección; como no, Lilith tampoco la aguantó.

En el fondo a ella le gustaba el caos puesto que la distraía, le gustaba la melancolía porque le hacía recordar esas perlitas de felicidad pasada, amaba incluso la muerte, porque así sabía que alguien desde arriba la protegía, o al menos su mente podría seleccionar solo los buenos momentos vividos con esa persona y desechar todos los malos… pero Lilith no tenía nada de esto, ya que su vida era feliz y perfecta; ni caos, ni melancolía, ni muerte; solo belleza, medible y tangible por todos lados.

Ella necesitaba una transformación, no podía soportar tanta hermosura, tanta delicadeza… quería ruido, quería oscuridad, quería desastres, quería en una palabra saber lo que era la auténtica Vida.

Incluso el paisaje se hizo insoportablemente punzante para su vista y sus sentidos… siempre luz, siempre sol, siempre un calor agradable con una leve brisa refrescante, los valles y prados libres y llanos, los árboles con hojas verdes, las flores con colores vibrantes, las aguas cristalinas corriendo por los arroyuelos, la hierba verde que mojaba agradablemente sus pies, los pájaros que emitían un canto perfectamente entonado y lucían plumajes hermosos… todo rodeado con un encanto insoportable.

Nunca había lluvia, trueno, tormenta, viento fuerte, noche, oscuridad, luna, nieve, nunca sus ojos vieron una montaña, ni un acantilado ni una cascada amenazante, nunca sintió el frío en su piel, nunca se pinchó al coger una rosa por el tallo, nunca vio caer las hojas de los árboles, nunca vio a un animal muerto, ni a una flor marchita… nunca.

Por eso un día decidió cambiar, quiso volar a sitios desconocidos, quiso sentir el miedo, el dolor y la angustia; pero sobretodo quería saber que era eso que llamaban Soledad.

Un buen día, mientras paseaba recolectando alimento y pensando en lo desgraciada que era al estar encerrada en esa cárcel de felicidad irreal, vio un bosque extraño, un bosque frondoso y verde pero que le desconcertaba, que nunca antes había visto y que le llamaba poderosamente la atención. Entre dos fuertes e inmensos robles descubrió un camino serpenteante, lleno de matojos y de sombra, la cual era provocada por la frondosidad de dichos árboles.

Sin pensarlo dos veces, dejó las frutas que había cogido y atravesó la puerta dimensional flanqueada por los robles, miró a ambos lados, y avanzó con paso decidido a la vez que tembloroso. Estaba entusiasmada, ya que después te tanto imaginar aventuras, por fin estaba en una de ellas, inmersa en algo nuevo, distinto, diferente, y sobretodo Desconocido e inquietante.

Cuanto más avanzaba, más rápido le latía el corazón, más fuerte era su respiración y más emocionada se sentía. Escuchaba ruidos extraños de animales que no conocía ni alcanzaba a ver, sus pies se enfriaban demasiado debido a la vegetación del suelo, la cual estaba metida en fango y en moho, producido por la ausencia de sol y de calor, puesto que el bosque era demasiado frondoso y oscuro.

Dicha oscuridad se fue convirtiendo poco a poco en niebla, una niebla espesa y desconcertante que apenas la dejaba ver a dos pasos por delante de sus piernas. Sus vestiduras comenzaron a rasgarse al pasar por una zona llena de plantas espinosas, sus pies sangraban al igual que sus rodillas… por fin estaba sintiendo dolor.

Pero de pronto escuchó un tintineo en las hojas secas de los árboles que vislumbraba a duras penas… era lluvia, una lluvia intensa acompañada de truenos, tormentas, rayos y relámpagos. Mientras caminaba boquiabierta por tan magno espectáculo de la naturaleza, algo le hizo mirar hacia arriba; era una luz grisácea que bañaba el bosque con tonos plateados…era la luna. Se había hecho de noche. Los ojos de los búhos brillaban y su parpadeo era casi hipnótico, mágico y siniestro.

Lilith seguía caminando, cuando de pronto vio algo que resplandecía entre los matorrales… era un objeto extraño y desconocido para ella, hecho de madera y con unos hilos o cuerdas que lo atravesaban. Sin dudarlo, corrió hacia él para cogerlo, cuando descubrió al hacerlo que emitía unos sonidos nuevos y artificiales, cosa ilógica ya que para ella solo los animales y el viento emitían sonido… y además nunca había escuchado algo tan agradable y fantástico como lo que acababa de oír… se trataba de una Lira. La examinó detenidamente y al darle la vuelta vio que tenía una inscripción:

“Nada es constante excepto los cambios”

Un escalofrío recorrió entonces todo su cuerpo como para confirmarle que lo que en aquel trozo de madera ponía iba a ser algo primordial en su vida a partir de ese preciso instante… por tanto cogió la lira y siguió caminando por aquel paraje que, efectivamente, iba a crear un cambio constante en lo que en unos instantes sería su nueva vida.

Con las ropas rasgadas, las piernas llenas de heridas, mojada, temblando de frío, la lira en la mano, una gran sonrisa en sus labios y el corazón saltándole de miedo a la vez que de alegría ante el descubrimiento de lo desconocido, de pronto se tuvo que parar en seco ante lo que iba a ser su prueba definitiva.

Un gran estruendo, acompañado de unas piedras que resbalaban por el musgo y el moho del lugar hacían de antecedente a algo imponente, grandioso y sublime: una cascada se abría paso ante sus atónitos ojos y sus temblorosos pies para ponerla a prueba acerca de cuanto ansiaba ser partícipe de esa otra realidad… tan solo debía dejarse llevar por la cascada y ser conducida así hacia su nuevo mundo.

Lilith respiró profundamente, se ató la lira a la cintura con su vestido rasgado, cerró los ojos, dio un paso atrás y avanzó con firmeza hacia su destino… abrió los brazos, los puso en cruz y se dejó caer a la inmensidad del agua que rugía bajo sus pies.

…Y de pronto abrió los ojos. Estaba atardeciendo, el sol brillaba tenuemente como si le guiñara y fuese su cómplice, y ella se encontraba apoyada en el tronco de un inmenso árbol con el viento del norte acariciándole el rostro. Miró al horizonte, vio la majestuosidad del paisaje y entonces lloró… le resbaló la primera lágrima por sus mejillas, era una lágrima de alegría por lo obtenido, por el cúmulo de sentimientos y sensaciones que había experimentado en su viaje hacia lo desconocido, por su victoria triunfante y por la superación de su propia vida para formar parte de la vida del Universo.

De repente giró la cabeza y entonces lo vio, aquel trozo de madera, aquella lira que sabiamente le dijo aquellas palabras…

En aquel instante fue cuando Lilith pudo sentir su tan ansiada Soledad.

  

El Súcubo

     Por aquel entonces yo no tenía corazón, ni fuerzas para buscarlo, ni ganas de encontrarlo... estaba demasiado cómoda en la realidad mundana en la que vivía, sin problemas ni preocupaciones.

Aquella sin embargo no era yo, era un ser vacío, incapaz de mover los hilos de mi propia existencia... y eso me estaba consumiendo, estaba perdiéndolo todo.

Pero esa situación no podía durar mucho más, sentía que se acababa y que algo nuevo estaba a punto de llegar a mi triste y absurda existencia.

Cambios. Se avecinaba una gran tempestad en lo más profundo de mi alma que me azotaría con fuerza para hacerme despertar.

Mientras tanto mi cuerpo me avisaba, al principio con sutileza y luego con fiereza... mi vehículo externo se estaba haciendo eco de los mensajes del fondo de mí ser: Aquella vida no me pertenecía, jugaba un rol que no era el mío, y debía encontrar mi verdadero personaje para seguir la partida y así poder luchar y ganar.

“Mi alma no quería ir a la guerra, quería ir a la victoria”

Y esos cambios llegaron... dolor, soledad obligada, separación, angustia, pesar. Todos esos sentimientos se cernían sobre mí y me devoraban las entrañas cual aves rapaces. Pero paradójicamente aún era capaz de sentir algo...aunque solo fuese mi propia desesperación.

Quería gritar pero me habían quitado las cuerdas vocales, quería huir pero no tenía piernas... y el enemigo seguía acechándome y amenazándome...

No podía darle la espalda por más tiempo y fue entonces cuando lo logré:

De pronto me paré, me di la vuelta, alcé la vista y miré fijamente los ojos de la bestia... Ella me dijo que me vencería, entonces yo saqué mis metalizadas y afiladas uñas y se las clavé en el corazón, en mi propio corazón...

“Sangraba, gritaba, lloraba y se desgarraba de dolor. Pero yo lo había conseguido... había recuperado mi corazón. Había encontrado mi verdadero corazón”.

Así que allí estaba yo con mi sombra, bajo la luna... volví los ojos hacia mis adentros y vi cómo por fin me había encontrado a mí misma. Ahora estaba completa: mi cuerpo era perfecto y tenía todos los órganos.

Ya nadie más me arrebataría lo que es mío.

Entonces volví corriendo (ya tenía piernas) y gritando (de nuevo tenía voz) hacia mi refugio... las lágrimas se escapaban de mis ojos y resbalaban por mis mejillas... podía sentir el viento en la cara, podía oler la tierra mojada, podía oír el leve susurro del mar.

Cuando regresé, coloqué minuciosamente mi nuevo y bien hallado órgano en una urna de cristal... así nadie me lo podría robar de nuevo, ni sufría el riesgo de perderlo. Pero había un problema... tampoco podría utilizarlo.

Mi vida siguió con aparente normalidad pero esta vez era Yo, era capaz de escuchar a mi alma pero aún me faltaba algo.

No podía volar... no me habían devuelto mis alas y echaba de menos surcar las nubes y ver de nuevo el cielo.

Una noche mientras paseaba por el lago, le vi, le intuí entre la espesura del bosque; me acerqué, aparté las ramas y allí se encontraba. Traía mis alas en las manos...

¿Quién era? No lo sabía. ¿Por qué me ayudaba? Porque aún quedan personas bondadosas en la tierra, y son más de las que podemos imaginar.

“Escuché los latidos de tu corazón que me llamaban a gritos y reclamaban mi ayuda... entonces recordé que una vez encontré tus alas en una cueva cerca del lago, las recogí y ahora te las traigo... las debes haber echado mucho de menos” Eso fue todo lo que ella me dijo.

Yo la miré, y le di las gracias, aún se las doy. Cada vez que vuelo y atravieso el firmamento le doy las gracias; sé que ella me oye.

Ahora sí. Escuchaba mi alma, y también era capaz de oír retumbar mi corazón. Estaba preparada para enfrentarme al mundo, e incluso construirme el mío propio.

Y así he hecho... creé mi único y exclusivo mundo y desde entonces habito en él. De vez en cuando regreso a la realidad, que no es más verdadera que mi fantasía, para recordar lo que un día fui y afortunadamente dejé de ser.

Recuerdo entonces mi angustia, todo lo pasado, y me echo a reír a carcajadas.

Cuando bajo a vuestro mundo grito: Lo conseguí!, pero… y mi corazón?


21.40

     La fría arena tocaba mis pies descalzos que se hundían, trazando el camino de mi vida, sinuosos y con vaivenes.

Las olas me susurraban al oído mil y un cuentos de sirenas y marineros enamorados de su lindo cantar.

Una bandada de nueve pájaros negros se convertían en viento para agitar mi pelo y besarme las mejillas.

El color que reflejaban no era más que el de su propia sombra que los hacía más misteriosos.

Eran cuatro parejas de alas, y el noveno era yo que una vez más volaba sola por un mundo distinto y melancólico.

Los últimos destellos del sol hacían empequeñecer mis pupilas, cuando descubrí que aquel no era el mismo sol que me había acompañado durante el día…

Era un sol moribundo, cubierto de sangre, asesinado por el día que estaba a punto de expirar.

El astro Rey ya no latía, su rojo corazón yacía en las ruinas del castillo de Hércules, el cual le había quitado la fuerza que corría por sus venas, para dar paso a la Dama de la Noche que se apoderaría del mundo hasta el renacimiento del disco amarillo.

Fue entonces cuando miré a mi alrededor y descubrí que estaba sola. Deseé que él estuviese allí pero aquello no era más que una ilusión creada por el reflejo del agua.

Solo el manto de la noche me protegía, solo la arena se mezclaba entre mis dedos, solo el viento era capaz de acariciar mi rostro, solo mi alma era capaz de verle, porque mis ojos se nublaban con las gotas de agua producidas por la marea de mi ser.

El sol había muerto y descansaba en una urna de cristal. Mi sol yacía a cientos de kilómetros de mí.

Aún tengo la esperanza de un nuevo amanecer, de un nuevo día, de la reaparición del sol, de Mi sol.

Esta vez estará flameante y en llamas, envuelto en fuego, y ya no querrá suicidarse ni teñirse de sangre nunca más.

Ansío que pase la soledad que trae la noche de mi vida.



Atardecer del Jueves 15 de Julio de 2004
Cádiz

El Refugio

     Hace tres años vine aquí por primera vez. Quería huir del mundo… aunque en realidad no tenía donde esconderme ya que realmente de quien pretendía huir era de mí misma.

Hace tres años yo era un espectro.

Iba a clase, comía, dormía… pero estaba muerta, marchita en la flor de la vida.

Hace tres años, una mañana más en mi infernal existencia, llegué hasta este lugar, que sin darme cuenta se convertiría en mi refugio.

Hace tres años, algo en mi frágil mundo cambió bruscamente, hundiéndome en los pantanos más oscuros y lúgubres de mi propia existencia.

Hace tres años mi vida cambió.

Ciudad nueva, gente nueva, casa nueva…

No eran ninguna de estas tres cosas, y eran las tres a la vez; la niña de cristal que era hace tres años se rompió en miles de pedazos. Ya no estaba en mi casa, con mi familia, en mi cómoda e inerte vida. Ahora mi mundo se había renovado, y eso me producía pavor, angustia y una profunda tristeza.

Hace tres años yo no pensaba, ni vivía, ni sentía. Mi propia debilidad no me dejaba ver el mundo tan maravilloso que tenía ante mí. Mis propias lágrimas no me dejaban contemplar las estrellas.

Hace tres años vivía encerrada en una jaula de cristal… ¿la llave? La llave la tenía un ser dentro de mí misma, a quién desconocía, era mi propio carcelero.

Cuando le conocí, me abrió las puertas a un mundo mágico, lleno de colores y sensaciones. Hasta entonces, buscaba y buscaba en sueños esa llave, la que me mostraría “la vida”; la que me haría despertar de mi propio ataúd.

Anhelaba estar viva, sentir e incluso equivocarme, porque sería una señal de que estaba disfrutando de la vida.

Ahora hace un año que encontré a ese ser interno, a mi carcelero, y hace un año que la llave está en mi poder.

Hace un año que mi carcelero me sacó de esta jaula de cristal, me enseñó un nuevo mundo, me despertó de mi sueño (o de mi pesadilla)… y me dio alas: me devolvió la vida.

Hace un año llevé a mi nueva y renovada alma a este preciso lugar. Todo había cambiado ¿o era yo?. Todo estaba en obras, al igual que mi nuevo mundo.

Hace un año comencé de nuevo.

Hace un año que nací.

Hace un año que tengo un año de vida.

Hace un año cogí la espada de mi propia libertad, cogí la llave, me encerré en la jaula y la rompí desde dentro, haciéndola añicos.

Ahora dichos cristales solo existen en mi recuerdo.

Ahora veo que tuve la valentía de armarme con los utensilios que el universo me ofrecía para romper con todo.

Ahora se que no huí, sino que me enfrenté a mi jaula de cristal.

Ahora vuelvo al sitio, al refugio que encontré hace tres años, para reflexionar sobre mi nuevo reto.

Ahora no hay jaula, pero si perduran la llave y el carcelero…

Ahora me enfrento a la vida, a mi propio destino, pero eso si, con fuerza y sobretodo con libertad.

Ahora sé quien soy.

Ahora estoy viva, siento el palpitar de mi corazón.


19 mayo 2004.
Glorieta de Bécquer, Sevilla.