16 de agosto de 2015

La Dama Blanca

Bergen, Noruega, 1073

       La noche caía de nuevo, y la luna empezaba a asomar por entre los barrotes de la ventana que había en el techo, su única y  minúscula visión del mundo exterior. Otro día que moría, otra silenciosa oscuridad que invadía su celda. Y de nuevo era luna llena. La número veintidós.

   Sus pies descalzos y magullados se posaban sobre un charco de agua, fruto de la lluvia del día anterior y de la humedad de la torre. Sus vestiduras, un día blancas, estaban ahora rasgadas y sucias por el paso del tiempo. Sus manos, desesperadas, ensangrentadas, llenas de heridas provocadas en un vano intento de trepar hasta esa ventana día tras día durante demasiado tiempo. El pelo enmarañado cubría sus hombros y se enredaba en su espalda, conservando aún irónicamente ese brillo azabache que un día hizo que se enamoraran de ella. Sus ojos, subrayados de agua y sal, hinchados y sin esperanza, pero tan profundos como el fiordo que se extendía al pie de la torre.

   Ya no le quedan fuerzas. Se sienta en el suelo, abrazada a sus rodillas, mirando la luna, llorando amarga y desconsoladamente, desistiendo cualquier intento de gritar. A su izquierda en la pared de piedra, las marcas de unas cuentas sin sentido, signos de los días y las lunas que llevaba esperando su regreso. Veintidós líneas escarbadas con sus propias uñas.


   Entonces los recuerdos pasaron de nuevo por su mente, cortándole las fuerzas con cuchillo de plata. Hubo un tiempo en que fue feliz, en que pudo tenerlo todo. Hubo un tiempo en que ella le creía. Creía que él la amaba, la deseaba, creía que estaría a su lado. Tan sólo tenía que ser paciente. Jetzel era de todo menos paciente.

   Markus era un chico de su aldea, un guerrero vikingo con espíritu aventurero con ganas de ver los tesoros de otros mundos. Markus era, además, el hombre de sus sueños. Tras una infancia difícil, ella le conoció en absurdas circunstancias hasta que un día, bajo la luna, se prometieron amor eterno. Un amor sesgado antes de dar fruto. Un amor que les apartaría hasta que él regresara de la expedición que estaban planeando los habitantes de Bergen. El día llegó y él partió hacia tierras hostiles con la promesa de riquezas, tesoros, y una gloria eterna en el Valhalla. En el muelle antes de partir, Markus le dijo:

-          No temas, espera aquí en el castillo, regresaremos en veintidós lunas. Y con el botín que obtengamos podremos vivir tranquilos y juntos el resto de nuestras vidas. Tú eres la única expedición que quiero hacer cuando vuelva por el resto de mi vida. No temas, en el castillo te cuidarán bien, saben quién eres, y saben quién soy – dijo él mientras acariciaba suavemente su mejilla izquierda.

   Y así ella se quedó en la orilla, viendo como los barcos partían dejando la población desprotegida, llena de esposas tristes e hijos huérfanos. Dejándola a ella con el corazón hecho pedazos, pedazos muy pequeños.

   Esa noche durmió en el castillo bajo el abrigo del fuego y la leña, serena, triste pero esperanzada… las noches pasaron con sus sucesivos días y ni rastro de mensajero que dijera que todo iba según lo planeado. Las gentes del pueblo y del castillo empezaron a preocuparse y a susurrar qué harían con la joven si no regresaban a tiempo.
   Pasaron los inviernos, las primaveras, y cada vez se iban olvidando más de ella. Ya no le ofrecían un plato de comida caliente, ya no le avivaban el fuego ni le daban mantas… hasta que un día le dijeron que otra persona iba a ocupar sus aposentos, y que si quería seguir en el castillo, tendría que trasladarse a la torre más alta y fría de todas: la Torre de la Rosa.

   Ella, por no molestar, así hizo. Y allí en la torre se quedó. Y los inviernos volvieron a pasar. Una mañana descubrió que la puerta tenía la llave echada, que alguien se la había llevado, que no podía salir. Estaba prisionera no sólo en alma sino también en cuerpo.


   De pronto Jetzel volvió al momento presente, allí sentada en medio de la torre con la luna llena bañando cada poro de su piel. Había esperado demasiado. Ya no tenía sentido seguir sufriendo. Ya no tenía sentido seguir albergando esperanza alguna. Ahora tan sólo quería terminar con todo aquello y ser libre. Y nadar.

   Se arremangó las vestiduras, se ató el pelo, y comenzó a trepar con uñas, dientes y las pocas fuerzas que le quedaban hasta tocar los barrotes de la ventana de la torre. Eran ásperos y fríos, pero con el suficiente espacio como para deslizarse entre ellos y escapar de esa tortura. Y así hizo. Y escapó. Pero ahora la pregunta era: ¿a dónde voy?

   Una vez fuera, allí en lo alto del castillo, divisó todo el fiordo, sereno y majestuoso a sus pies. El mismo que se llevó a su amado, el mismo que se llevó su vida.

-          Ya nada importa. Ya nada tiene sentido. Sin él no sé vivir, no puedo seguir adelante yo sola. No quiero ni tengo fuerzas. Las agujas de mi pena se han clavado tan hondo dentro de mí que no puedo avanzar sin él. Markus no ha venido a salvarme, por tanto no merezco ser salvada. Y ahora solo quiero nadar y ser libre. Y dejar todo esto atrás – se susurró a sí misma entre llantos.

   Y fue entonces cuando se subió a una de las almenas de la torre, levantó la vista al cielo para contemplar la luna por última vez, cerró los ojos, abrió los brazos, y se dejó caer… un vacío eterno la esperaba bajo sus pies, un fiordo sin final sería ahora su lecho eterno, una cama de olas serían por tanto las que le darían su último abrazo hasta perderse en el abismo.


   Sola y fría fue aquella noche en que la luna brillaba, y oscuro destino el de nuestra Jetzel.


13 de febrero de 2015

El sentimiento sin nombre

   Él era el hombre de su vida. Llevaba siéndolo más de una década. Y aún así, miles de kilómetros les separaban. Esa era la excusa oficial.

Desde que le conoció sintió algo especial, distinto, puro y sincero. Ese sentimiento sin nombre se había integrado en su vida diaria, a veces acompañándola como un perro lazarillo, a veces apuntándola con una pistola en la cabeza como un simple pero despiadado ladrón. Había aprendido a convivir con él, a veces a flor de piel, a veces en lo más recóndito de su alma… pero ahí seguía día tras día, sin llegar a desaparecer nunca.

Intentaron estar juntos, pero el destino siempre guardaba otro As en la manga, un As de bastos, negro y áspero, que le golpeaba cada vez con más fuerza.
De vez en cuando se reencontraban, recogiendo uno los pedazos del otro, consolándose, lamiéndose las heridas.
Pero siempre había un billete de vuelta que ponía fin a su efímera vida juntos.

Ella entonces volvía a su casa, a su rutina, para encarar de nuevo al sentimiento sin nombre, para aprender de nuevo a convivir con él. Para llorar durante horas bajo la ducha.

Con el paso de los días la sensación de vacío disminuía, el sentimiento se iba hundiendo cada noche un poco más. No llegaba a desaparecer nunca, pero casi caía en el olvido. Y ella seguía adelante.


De pronto una mañana ella se despierta echándole demasiado de menos. Mira el teléfono y tiene un mensaje de él. Se dicen tonterías, pero en los espacios en blanco se llaman a gritos. La ausencia es demasiado grande, duele, quema, y acuerdan verse de nuevo.

Ella quiere pensar que esta vez será distinto, que podrán seguir un nuevo camino, juntos. Pero eso no va a pasar. Él vendrá, sí, pero con otro billete de vuelta. Vivirán felices unos días y luego todo se desvanecerá, para despertar en la soledad de su habitación otra vez más.

Ese sentimiento sin nombre es tan grande que no se puede escribir con palabras, ni siquiera mojando la pluma en un tintero de sangre. Nunca ha sentido ni sentirá lo mismo por otra persona. Ella duerme cada noche abrazada a su resignación.

“Es mejor amar y perder que nunca haber amado” dicen, pero ¿qué tipo de vida le espera a alguien que sabe que el hombre de su vida viene para no quedarse? ¿Cómo se puede vivir con ese absurdo e imposible destino fatal?


Mirando por la ventana y viendo como la lluvia empaña los cristales, con el consuelo de unos días juntos, fingiendo que todo está bien, que son felices, y que ese paseo va a durar para siempre.


Y despertando en una cama vacía.



14 de septiembre de 2014

Alma Errante

Mi Alma Errante vaga a la deriva
buscándote, esperándote, anhelándote,
intentando aferrarme al deseo
de volver a encontrarnos al amanecer.

Somos viejos conocidos de otro mundo,
otra tierra, otro tiempo, otra historia,
compartimos muchas vidas juntos,
días de gloria entre batallas nocturnas.

Mi Alma Errante ahora te busca
para rememorar esos días pasados,
aquellos días donde no había fantasías,
tan sólo tú y yo, complementándonos.

Es por ello que estoy intranquila,
que me desvelo en mitad de la noche,
confundiendo al búho con la alondra,
confundiendo tu risa con la luna.

Mi Alma Errante conserva la esperanza
de pasear de nuevo junto a ti bajo la niebla,
de coger tu mano de terciopelo
para volar juntos hacia el horizonte.

Mientras tanto esta Valquiria te aguardará Dormida
esperando que vuelvas, mi guerrero soñador,
agonizando por no poder reflejarme en tus ojos,
estando a oscuras por faltarme tu luz.



23 de febrero de 2014

Llorar y Volar

     Poco a poco comenzó a batir sus alas y a levantar el vuelo. Era libre. Y lloraba. Y volaba.

Ya no pertenecía más a ese mundo oscuro y tenebroso que la había atrapado durante todos estos años, ahora solo quería danzar bajo el sol. En Libertad.

Todo un futuro y una vida humana, mortal y perecedera se presentaba ante sí para que pudiese volver a ser quién una vez fue: un ser completo y caduco, que disfruta de cada momento porque sabe que puede ser el último. Un ser completo, de luz, que puede llorar, sangrar, morir…
Por fin había encontrado el objetivo de su lucha, por fin habían llegado los frutos de tanto y tanto sacrificio. 

Y sus alas además estaban intactas, como si fueran nuevas. Un pequeño toque de distinción sobre el resto de los mortales, como recuerdo de todo el dolor por el que pasó y como recompensa por la labor bien realizada. Podríamos decir que aquellas alas eran un guiño de los Dioses.




[Continuará…]

14 de octubre de 2013

Esto no es un Diario

Es bien sabido por los Dioses cuánto detesto hablar sobre situaciones mundanas. Mi mundo nace a partir de seres malditos, siniestros, pesarosos, atormentados y bellos, solitarios pero sin embargo amables, antiguos, añejos… pero nunca deambulé sobre los raíles de lo común, lo cotidiano ni lo alcanzable a la simpleza de la mente humana.

Sin embargo, un eco atronador diluye mis pensamientos estos días:

- “¿Por qué no escribes un blog sobre tu vida en Londres? ¡Eres escritora! ¿No tienes un blog para contar tus pesares, añoranzas y anhelos en esta nebulosa y oscura ciudad?”

En efecto y como habrán adivinado, NO, no tengo mi diario de abordo con la cubierta bajo el apelativo “Otra española más en Londres”. ¿Por qué? Os preguntaréis aquellos que no me conozcáis… ¿Por qué? De acuerdo. Sucumbamos ante los motivos para dejar zanjado este tema, para cerrar esta maldita puerta y poder abrir miles de ventanas hacia el maravilloso inframundo por el que acostumbra a pulular todo mi ser.

Comencemos.

El primero de los dos motivos principales es, cómo no, estilístico. Odio, detesto, aborrezco escribir en primera persona. Es tedioso, egocéntrico y suena, como decía antes, a “diario de a bordo”, a cartas de navegación insípidas como si ante un absurdo monstruo marino estuviéramos, sin ser esto para nada cierto. Esas recurrentes (pero vacías de estilo) cartas que vemos a diario en periódicos, telediarios y noticias, redes sociales o simplemente contadas por alguien cercano; aquellas cartas que nos cuentan el hastío español ante la situación política, o cuánto echamos de menos a nuestros familiares, cuánto amamos a nuestra patria… o el frío y la incomunicación que sentimos en estas tierras extrañas bañadas por una niebla espesa que te carcome los tuétanos del alma… Son cartas que buscan la lágrima fácil y que apelan al sentimiento de “mi tierra es la mejor” acuñado el siglo pasado por un señor pequeñito y malvado llamado Francisco. Pero éstas cartas olvidan algo fundamental bajo mi punto de vista: el estilo. Damas, Caballeros, no todos podéis escribir… ni siquiera sé si yo puedo (lo intento) pero cuesta sangre, sudor y lágrimas enfrentarte al folio en blanco con algo verdaderamente bueno que decir sin caer en la desidia o el populismo más indignante. Volvamos por favor a hacer las cosas bien… no todo está en el contenido sino también en el continente. Dejemos que los hados expandan su magia y creen cosas hermosas, no sólo lacrimógenas. ¿Veis por qué detesto la primera persona? Me siento desnuda ante esta maraña de reprimendas, y por supuesto lo último que pretendo (y es lo que da ésta resbaladiza primera persona) es adoctrinar ni aleccionar a nadie. Ya somos todos mayorcitos y yo tan sólo os narro mis motivos, tan subjetivos y personales como los de cualquier otro ser humano sobre la faz de la tierra.

Pues bien, haciendo uso de esta bendita primera persona desde la que os hablo, os diré que ésta tragedia que plasman las cartas cada día no se parece, ni se asoma, a las vidas de cientos y cientos de “españolitos” en Londres. Y aquí viene el segundo motivo, el definitivo por el cual no pienso escribir este tipo de “papel mojado”: Yo estoy aquí porque quiero. Nadie me ha echado de mi país natal ni me he visto obligada por “las circunstancias” a marcharme. Parémonos a pensar (ya sé que no es costumbre, hagamos un esfuerzo), ¿elegimos donde nacemos? Es evidente que no, simplemente el universo da un par de toques y… ¡voilà, una nueva criatura en el mundo! Ya sea en Madrid, en Barcelona, en Asturias o en Andalucía, simplemente “nos toca”. Llámalo destino, casualidad, broma o suerte, pero es así. Por tanto, ¿no es un poco absurdo sentirte atado a un sitio por el simple hecho de haber caído en él? Es lógico y evidente que tomemos cariño a nuestro lugar de origen, dado que es donde nacen también nuestros recuerdos y donde permanecen nuestros seres queridos, pero más allá de eso, ¿para qué? ¿Por qué una persona nacida en Kuala Lumpur no puede sentirse atraída por Rusia? ¿Por qué un neozelandés no puede amar Holanda más que a su vida? ¿Por qué una jerezana no puede soñar con formar parte del Reino Unido?

En efecto, esto no va de ausencias, ni de un rosario con dientes de marfil… esto va de sueños, de ideales, de gustos y sobretodo de deseos. Conozco a muchas personas, españolas o no, encantadas de estar viviendo en Londres. Unas tienen buenos trabajos, otras acaban de empezar y ponen cafés (benditos cafés) mientras cargan con dos carreras a sus espaldas. Unas comparten piso, otras tienen una modesta casita o una casa increíble. Unas salen por Camden, otras por Soho, otras ni salen… pero todas y cada una de estas personas tienen algo en común más fuerte que una patria o que una bandera: todas ellas comparten su amor por Londres y su felicidad por haber cumplido su sueño de venir e intentar abrirse paso en esta mágica y babilónica urbe.

No venimos a sobrevivir, venimos a VIVIR.

Y es en este último grupo donde me ubico, en el de las personas encantadas, que bailan bajo el hechizo de la lúgubre Londres, que lloran de emoción al pasear con la lluvia entre sus callejuelas victorianas de ladrillo marrón, que caminan a la orilla del río y alzan la vista ante la imponente arquitectura que supura por cada poro de esta madre de todas las ciudades. Estamos aquí como resultado de un esfuerzo, de un sentimiento de superación, de un anhelo de algo distinto… hemos seguido nuestros propios pasos, hemos seguido los dictados de nuestra alma. Y aquí estamos. Felices. Formando parte de nuestro sueño, viviéndolo y sintiéndolo cada segundo con más fuerza que el anterior.

Por tanto, no voy a escribir un blog, ni un “diario de” sobre mis andaduras en Londres. Voy a salir a la calle y a Vivir esta experiencia con mis cinco sentidos. Voy a inspirarme, voy a liberar mi imaginación y voy a construir decenas de historias que algún día podré contarle a mis nietos. Algún día miraré sus chispeantes ojos y les diré: “Queridos, soy una mujer que ha cumplido sus sueños, y que ha disfrutado en el proceso”.

Y pobre de aquellos que vengan aquí queriendo estar allí. Porque eso significa que están renunciando a sus sueños, y ni una crisis, ni siquiera un país entero, es suficiente para cortar las alas y mitigar los deseos de nadie. Desde aquí os digo, españoles en Londres, en España o en Tombuctú: Seguid vuestros sueños. Las circunstancias pueden ser duras, pero no podéis rendiros, estéis donde estéis. No renunciéis nunca a soñar. Id en busca de aquello que os apasione y pelear por ello hasta que lo logréis, pues de otro modo vuestra vida no habrá tenido sentido.

Dicho esto, me retiro de esta breve primera persona para volver a mi mundo y contar las maravillas que habitan en él. En tercera persona.



Una española en Notting Hill.

25 de agosto de 2013

From Hell to London

When the knell rung for the dying
Soundeth for me
And my corse coldly is lying
Neath the green tree

When the turf strangers are heaping
Covers my breast
Come not to gaze on me weeping
I am at rest

All my life coldly and sadly
The days have gone by
I who dreamed wildly and madly
Am happy to die

Long since my heart has been breaking
Its pain is past
A time has been set to its aching
Peace come at last.

                                      E.G.W. & N.


8 de junio de 2013

La Maldición

Se cruzan, de nuevo, en aquel camino cubierto de hojas cobrizas.

Caminan con sus respectivas parejas, pero no pueden sortear aquel instante. Es lo que llena sus vidas.

Durante unos segundos se miran, bebiendo el uno del otro, amándose en un suspiro.

Sin palabras, sin gestos. Sólo una mirada.


Pero ambos continúan hacia adelante.




Y he aquí que en cierto día el destino les condena al sueño eterno en dos tumbas contiguas cubiertas de hojas cobrizas.

He aquí que sus hijos lloran a los pies de las mismas y se miran durante unos segundos.

He aquí que continúa la maldición.


29 de octubre de 2012

Ojos de Cielo

Aún puedo ver ese cachito de cielo que era el azul de tus ojos,
aún puedo sentir tu tacto de terciopelo entre mis dedos,
aún puedo escuchar tu ronroneo,
aún puedo olerte con ese aroma tan bonito a lavanda fresca que tenías...

Y es que echo tanto de menos tus ojos de cielo que me duele respirar.

Pero aunque te busco, ya no estás
Siento como si tus patitas fuesen a subir a mi cama, pero me quedo esperando
Tengo la sensación de que estás durmiendo a mi lado, ronroneando, pero estoy sola.

Y es que echo tanto de menos tus ojos de cielo que me duele respirar.

Pero no puedo hundirme en esta amargura, en esta soledad
No puedo esperar que aparezcas otra vez,
que me mordisquees la mano,
que me esperes para ir a dormir,
que me recibas cuando vuelvo a casa...

Y es que echo tanto de menos tus ojos de cielo que me duele respirar.

Porque no te lo mereces, ni yo tampoco
Nos merecemos descansar, y quedarnos en paz a pesar del dolor.

Con lo felices que eramos juntas,
con lo feliz que me has hecho durante esta mitad de mi vida,
con lo feliz que me hacías con tan sólo mirarme,
con tan sólo verme reflejada en ese cachito de cielo que era el azul de tus ojos.

Y es que echo tanto de menos tus ojos de cielo que me duele respirar.

¿Pero sabes una cosa?
Ahora estoy tranquila porque sé que aún sigues a mi lado
Que me vigilas
Que me acompañas
Que me velas
Y que siempre lo harás. Y que además de todo, ahora descansas.

Siempre estaremos juntas porque nunca te olvidaré, mi Gatita.



Dita (11 nov 1998 – 26 oct 2012)

4 de octubre de 2012

Y los sueños, sueños son...

   Noche tras noche, Maya hacía el mismo ritual. Un vaso de agua sobre la mesilla de noche, una tímida luz de velas parpadeando en la profundidad de la habitación y una confortable cama que la esperaba como si fuese el carruaje de la Cenicienta. ¿El rumbo? Sus sueños.

Daba un trago al agua del vaso, se colocaba el antifaz y se tumbaba en la cama, tapándose con las mantas hasta la altura de las orejas para caer en ese perfecto letargo que había deseado durante todo el día.
Poco a poco su mente racional se iba apagando e iba dejando paso a toda serie de imágenes surrealistas, coloridas e incluso a veces bellas. Maya abandonaba cada noche su cuerpo físico para ir a su lugar de descanso, a su retiro, al sitio del cual no querría regresar nunca ni despertar: El mundo de los Sueños.


Su vida real no tenía ya ningún sentido. Ni ambiciones, ni objetivos ni nada a lo cual aferrarse. Ninguna esperanza habitaba ya en su interior. Estaba vacía, sin sentido y sin ser ni sentirse útil desde hacía mucho tiempo. La rutina del día a día la estaba matando lentamente como a una rosa la mata la nieve del crudo invierno.
Encerrada en una vida sin proyectos, sin afectos y sin risas, Maya necesitaba escapar. No tenía futuro ni presente, sólo le quedaban un puñado de recuerdos a los que ya no quería aferrarse más.

La realidad la había condenado a la rutina perpetua... hasta que cerraba los ojos. Cuando dormía, todas esas preocupaciones se iban y dejaban paso a ese otro mundo, a la realidad deseada y creada por ella, al  lugar donde se sentía feliz; al hogar de su alma. 
Este campo de sombras era perfecto puesto que lo había creado ella y sólo ella. En él su vida cobraba sentido, en él hacía lo que quería, en él se sentía cómoda, en él era bella, y feliz.

Cuando comenzó su vida en lo onírico estaba sola, danzando a su libre albedrío, siendo y sintiendo la perfección por cada poro de su piel. Poco a poco fue cambiando pequeños detalles al principio, para continuar haciendo grandes obras. Comenzó cambiando sus clichés, formándose una auto imagen residual idónea en la cual no había lugar para imperfecciones. Tenía el pelo, los ojos, el cuerpo y la sonrisa que siempre había querido.

Incluso, con el tiempo, le salieron colmillos.

En su mundo, solía caminar por un oscuro camino con una estética y un gusto meramente decimonónicos. Siempre estaba atardeciendo, con la luna entrando en acción como si de un cuadro de Friedrich se tratase. Un acantilado al fondo y un castillo medio en ruinas enmarcaban la escena. Las almenas estaban derruidas y los huecos donde en otro tiempo estarían las vidrieras, ahora quedaban abiertos hacia la inmensidad del bosque. Una estancia columnada abierta asomaba en un lateral del castillo, con extraños símbolos ornamentales, trabajados en basto hierro pero con una delicadeza sólo a la altura del alabastro. Un manto de estrellas y rosas silvestres cubrían cielo y tierra rematando ese onírico lugar.

Algunas noches, en vez de caminar, se iba a las ruinas del castillo, a un sótano que aún permanecía cubierto. A él se accedía por una interminable escalera de piedra hasta llegar a una habitación lúgubre, bañada con la luz de unas velas situadas en unos antiquísimos candelabros. Terciopelo rojo y madera negra adornaban tan exquisita estancia. Y libros, montañas de libros.

Aquel era el mundo que ella había creado a su antojo, donde sus gustos, su estética, sus aficiones y hasta sus manías se plasmaban a la perfección en aquella otra realidad.

Pero una noche algo cambió.

Mientras paseaba por el camino del atardecer, pudo divisar al fondo, en el castillo, a una figura masculina con una capa ondeando al viento. ¿Quién era aquel ser? Maya no había creado a nadie más que a ella misma, al menos de un modo consciente (o eso creía).
La joven comenzó a correr a través del bosque cuando de pronto fue consciente de que era un sueño, que podía volar... Como un rayo en mitad de la noche llegó veloz al castillo para descubrir que la silueta divisada segundos atrás había desaparecido sin dejar rastro alguno.

Las noches se sucedieron, y misteriosamente él aparecía en sus sueños, en su mundo perfecto, y desaparecía del mismo modo, sin dar información. Cada vez su presencia era más frecuente,  más deseada por parte de ambos. Se conocían sin haber mediado palabra.

Poco a poco y con el paso del tiempo, comenzaron a acercarse mutuamente hasta llegar a hablarse, a tener una extraña pero bonita relación. Descubrieron que en el mundo de los sueños, cuando dos personas crean paisajes idénticos de iguales características tanto estéticas como sentimentales, automáticamente el destino, los hados, o quien quiera que sea, les unen como si de un vano y absurdo intento de ahorrar espacio se tratase. Ambos se introducen inconsciente el uno en el sueño del otro, a veces con recuerdos, a veces no. Ellos paso a paso fueron recuperando esa memoria perdida. Y se encontraban a gusto en ambos y equidistantes mundos.

Es curioso cómo nuestros protagonistas se reflejan el uno en el otro como dos gotas de agua, exactos, perfectos y complementarios. Estaba escrito que aquello debía suceder, aunque ni ellos mismos lo supiesen.

En lo sucesivo se descubrieron como almas gemelas, a pesar de que ninguno de ellos creía en esas sandeces. Eran felices, se amaban y todo era perfecto... tan solo había un problema:

El momento de despertar.

Cada mañana ambos se hundían en sus tristes vidas, volvían a su repugnante rutina y sólo deseaban que llegase la noche para volver a su hogar de ensueño. Sus mitades nocturnas conversaban sobre qué hacer para estar juntos en ambos sitios, y decidieron intentar buscarse en el mundo real estando despiertos.

Pero la búsqueda no tuvo éxito. Era imposible dado que en sueños no eran capaces de recordar direcciones, números de teléfono, nombres reales o cualquier dato que les sirviera para ponerse en contacto. Cuando despertaban no tenían ninguna información real ni útil el uno del otro.

Tan sólo un rostro, una silueta en la noche.

Así que una tarde cualquiera, ante la desesperación de sus vidas diurnas, ambos decidieron por separado (aunque estaban inexorablemente juntos) eliminar esa parte incómoda de sus vidas llamada realidad y sumirse para siempre en una noche eterna, en un sueño infinito, mudándose así definitivamente y en un camino sin retorno al mundo de los sueños para no volver a despertarse nunca jamás.

Y he aquí que yacen, en sendas camas, con la brisa del otoño agitando las cortinas y la luz de la luna tiñiendo de plata la escena, sobre un lecho de somníferos. Alzando el vuelo juntos hacia un destino común, cogidos de la mano volando hacia un viaje infinito.

El viaje de sus vidas, el viaje de sus sueños.





28 de mayo de 2012

La Rosa de los Vientos

    Cuenta la leyenda que una noche de luna llena a los pies de la Alhambra, una mujer cambió su destino desafiando a la tradición y a los ancestros. La historia que estamos a punto de desvelaros trata de Calipso y su lucha por alcanzar su sueño antes siquiera de saber cual era éste.

Calipso era una mujer de raza gitana, nacida en Las Alpujarras, en plena Sierra Granadina. Sus ojos eran grandes y rasgados, verdes como los campos de olivo de Andalucía, su mirada era infinita, profunda y eterna, y su pelo negro y ensortijado como el azabache más puro.
La escena que vamos a relatar comienza con nuestra protagonista en el Paseo de los Tristes... era una cálida noche de verano y la luna reinaba en el cielo bañando a La Alhambra de unos destellos plateados y dotándola de una magia y encanto especiales. Nuestra gitana bailaba descalza con los sones de una guitarra y una voz rota con sabores añejos. La música que sonaba era tan antigua como el mundo mismo, era el llanto de un pueblo reprimido y castigado durante siglos. Calipso se movía al son del viento, moviendo la cintura y las caderas como pocas personas eran capaces de hacerlo... su ceño se fruncía y sus manos se agitaban Sintiendo cada nota y cada silencio.

Esta estampa sin duda causaba curiosidad en las gentes que por allí pasaban, y se paraban uno tras otro a contemplar tan bello espectáculo. En un determinado momento, un grupo de soldados que paseaban en su día de descanso pasaron por allí y se pararon a ver qué sucedía, a qué venía ese revuelo.
Entre ellos estaba Manuel, un muchacho de apenas 18 años, proveniente de un pequeño pueblo marinero de Cádiz rodeado de marismas. Su propio país le había arrebatado su vida para servir en una guerra que no era suya. Pero allí estaba, haciéndolo lo mejor que podía y que sabía.

Y de pronto sus ojos se clavaron en ella. Y ella dejó de bailar.

La gitana paró con los últimos acordes de la guitarra y alzó la vista sobre la multitud para aterrizar en los ojos negros y profundos de Manuel. Con la respiración agitada aún por la danza, salió del círculo con la excusa de ir a refrescarse con un poco de agua. Sin saber muy bien cómo y por qué, él corrió detrás de ella a una fuente cercana. El sol se posaba para dormir en el perfil majestuoso de La Alhambra y el viento susurraba tenues voces de las conquistas de un pasado musulmán, contando leyendas de cuando Al-Andalus era el centro del mundo.
- Hola gitana guapa, me gustaría tener el privilegio de saber tu nombre para agradecerle a la Virgen de Palomares que estés en este mundo - le inquirió Manuel con cierta timidez.
- ¿Y qué más te da saberlo? ¿Acaso una Rosa con otro nombre no exhalaría el mismo perfume? - contestó ella con un tono hermosamente salvaje, propio de su raza.
- ¡Rosa! Pobrecita mi novia Rosa, hace ya casi dos años que no la veo - pensó él para sus adentros, rememorando amores olvidados y tiempos más felices. - Tu eres más bonita que las flores del campo, y más delicada al mismo tiempo que todas ellas. Sin duda, sabiendo tu nombre conoceré todos los misterios del cielo - susurró él acercándose levemente al oído de la gitana.
- Está bien soldado. Si yo te digo mi nombre, ¿tú qué me das a cambio? - respondió Calipso mientras miraba fijamente el colgante que llevaba al cuello Manuel: una Rosa de los Vientos que según parecía, era de generaciones pasadas... de un valor monetario y sentimental incalculable.
- ¿Mi colgante? ¿Quieres mi Rosa de los Vientos? Es un regalo muy especial, no puedo, no es posible, no pue... - los ojos de la gitana se clavaron en los suyos, haciendo ver otros mundos, otros tiempos y otras historias... Y olvidándose de lo que quería decirle, en un gesto involuntario, se quitó el colgante y se lo dio sin rechistar para descubrir con sorpresa al hacerlo lo que acaba de hacer.
- Calipso, ese es mi nombre - exhaló la gitana con una voz más propia de los árboles con el viento que de un ser humano.
Mientras, en el círculo, la gente volvía a animarse al volver a escuchar los soniquetes y las voces del grupo, que reanudó la actuación improvisada. Y La Alhambra y la Luna bailaron juntas a las orillas del río...

Calipso cogió al soldado de la mano y lo llevó bosque adentro. La Rosa de los Vientos colgaba ahora del cuello de la gitana, y así tendría que ser hasta que llegase su hora final. Allí hablaron durante horas hasta que llegó el primer beso... y así, con los árboles destellando la plata de la luna, las estrellas guiñando sus ojos y el suave ulular del río, se entregaron el uno al otro en una danza sin final hasta la llegada de la aurora.

Desde aquel momento, el soldado no volvió a ser dueño de su alma. Antes su espíritu pertenecía al mar y a las marismas, y ahora pertenecería a la Diosa que los regentaba a ambos: a la gitana Calipso.



El tiempo inexorable pasó, las estaciones cambiaron y el río se congeló. Volvieron a florecer los campos y cayeron de nuevo las hojas... hasta que una tarde, Calipso volvió al Paseo de los Tristes.

De pronto sintió un peso en su cuello. Era Soledad, el fruto de aquella noche de verano con Manuel, de la que hacía ya un año y medio. Soledad era una preciosa niña, rubia como las candelas y con una mirada viva pero negra, como los ojos de su padre. El peso que sintió Calipso no era más que la niña tirando de su colgante, de la Rosa de los Vientos que el soldado le dio (o ella le arrebató) aquella noche. ¿O tal vez era algo más? La gitana echó la vista atrás y recordó los tiempos de desdicha y deshonra que llegaron tras la partida de Manuel. Su familia la repudió por quedarse en cinta de un hombre desconocido, de fuera de su clan, y que encima ni sabía de dichos acontecimientos. Calipso estaba sola con su hija, repudiada, triste y amargada, y entonces entendió que la niña le estaba intentando abrir los ojos.

Había llegado el momento de ponerse en marcha e ir a buscar esos ojos negros...

A la mañana siguiente Calipso cogió a su hija tras hacer una pequeña maleta con sus pertenencias y dejó Granada poniendo rumbo a aquel pueblito gaditano, a su destino, a su futuro, enfrentándolo con la cabeza bien alta, fuera cual fuese la respuesta.

Pero aquella mañana el cielo de Cádiz era gris y hacía un viento muy incómodo. Rosa corría como cada día hacía el monte más alto del pueblo para esperar a que llegara su novio de la guerra. Llevaba tres años subiendo allí cada mañana, y tres años también volviendo sola y rota por dentro tras esperar todo el día junto a aquel árbol y junto a aquel rosal.
- Virgencita, tráemelo de vuelta sano y salvo. Esta angustia me está matando. Y protégele con mi Rosa de los Vientos, enséñale el rumbo a casa, ayúdale a volver conmigo para que nos podamos casar y formar una familia - gritó Rosa mirando desesperada al cielo hostil.
Bajó la vista al suelo con lágrimas en los ojos y de pronto, el milagro ocurrió. A lo lejos, una silueta andaba con paso cansado pero decidido por el camino de entrada al pueblo. ¡Era él! ¡Manuel había vuelto a casa! Rosa corrió ladera abajo como un potro desbocado hasta caer bruscamente en los brazos de su soldado.

Al abrazarlo sintió un quejido frío y seco que le rasgó el alma en dos.

Rosa le abrazaba, le besaba las manos, los pies, la cara... era como un sueño del que no quería despertar. Le miraba a los ojos pero no encontraba aquel muchacho que marchó hacia la guerra hacía ahora tres años. Lo achacó a los horrores que habría tenido que ver durante ese tiempo, sin saber que aquella idea estaba muy lejos de la realidad.
- Rosa, cuánto me alegro de verte, pero estoy muy cansado y necesito ver a mi familia, a mis padres y a mis hermanos. Vayámonos para el pueblo y mañana te cuento todas mis aventuras, algunas dulces y otras muy amargas, que he vivido en esta pesadilla que ha sido la guerra - dijo él.
Ella asintió con la cabeza mientras reparaba una ausencia en el pecho de su novio: el colgante no estaba. Aún así prefirió no preguntar. - Lo habrá perdido en la guerra, no quiero recordarle ninguna atrocidad pasada - pensó Rosa para sí misma.

Durante dos días y dos noches, Manuel relató a su novia y a su familia todas las barbaridades que había vivido... A kilómetros de distancia, Calipso avanzaba con paso seguro por la geografía andaluza camino de un encuentro que Manuel ni siquiera era capaz de imaginar.

La gitana cruzó montañas y ríos, de día y de noche, a pie y a caballo, hasta que al tercer día, llegó a las marismas. Había encontrado el pueblo de Manuel. Preguntó a los vecinos hasta encontrar su casa, y se plantó delante de la puerta, con su hija Soledad en brazos envuelta en un pañuelo. Estaba petrificada. No es fácil darle la cara a tu destino.

Pero de repente escuchó la voz de una señora desde dentro de la casa - ¿Quién anda ahí? - dijo.
Aterrorizada por el miedo, Calipso dio un paso al frente entrando de lleno en la casa para encontrarse con una mujer que la miraba como si supiera todo lo que a continuación iba a pasar.
- Siéntate y cuéntame quién eres, y a qué vienes - dijo la mujer con un tono templado y profundo.
La gitana rompió a llorar, la mujer se acercó y le acarició la espalda para tranquilizarla, y cuando lo hubo hecho, Calipso le contó toda la historia. Aquella mujer era la madre de Manuel, la abuela de Soledad.
- Desde el primer momento que mi hijo pisó esta casa, supe que no era el mismo que se había ido hace tres años. Todos lo achacaban a la guerra, pero yo sabía que no era así... sus ojos reflejaban otros ojos y no eran los de Rosa. Su colgante ya no estaba y él estaba preso de un secreto incapaz de desvelar: un secreto de amor. Ahora sé que ese amor eres tú. Y además vienes con un regalo de niña en tu regazo.
Vienes con tu Soledad para enfrentarte a tu destino.

La gitana estaba más aliviada al ver la comprensión de aquella mujer, y juntas urdieron un plan para cuando llegara Manuel.
Pero el destino, que a veces es muy malévolo, hizo que aquella tarde Manuel no volviese a casa solo, sino con su novia Rosa. Entraron en la casa, y fue entonces cuando el soldado vio a la niña...
- Mamá, ¿quién es esta niña? Es la niña más bonita que he visto en mi vida. ¡Qué ojos! - pronunció Manuel inocente.
- Sus ojos te son familiares, ¿verdad? ¿Acaso no los has visto antes? - contestó su madre mientras giraba la cabeza para llamar a la gitana y que ésta saliese de la habitación donde se había escondido.
- ¡Calipso! - gritó incrédulo el soldado sin dar crédito a lo que estaba viendo.
Los segundos pasaron como si fueran horas. Manuel entendió lo que estaba pasando y en cierto modo se alegró, pero Rosa estaba allí, cogida aún de su mano. Entonces la miró, sin atrever a pronunciar palabra.
Rosa al principio no entendía nada, hasta que se fijó en la escena y la analizó rápidamente en su cabeza. Vio como aquella bruja gitana, de cuyo cuello colgaba la Rosa de los Vientos, miraba a su novio, vio los ojos chispeantes de Manuel, aquellos que un día la miraban a ella y que ahora miraban a otra. Vio a la niña, al fruto y confirmación de todo aquello... y entonces soltó la mano del soldado, y dio un paso atrás rompiendo a llorar desconsoladamente.

Tras unos instantes eternos, Rosa carraspeó y dijo con un fino hilo de voz:
- Los caminos del Señor son inescrutables. Aquella mañana que te vi partir hace tres años supe que nunca volverías a ser mío. Creía que sería la guerra la que te arrebataría de mis brazos, pero no ha sido así. De todos modos, no me equivoqué. Esta semana cuando te vi volver, quise creer que estaba equivocada, que la vida me había dado una segunda oportunidad, que el destino te había devuelto a mí y que seríamos felices juntos. Hasta que vi tu cara y miré tus ojos... ya no quedaba nada de aquel que marchó - dijo Rosa, haciendo una pausa acto seguido que pareció toda una vida - No puedo luchar contra esto. Ella te pertenece y tú le perteneces a ella. Vuestro amor ha dado fruto y ahora tenéis que andar juntos hacia la eternidad. No quiero que digáis ni una sola palabra. Ahora me voy a marchar y nunca más volveréis a saber de mí.
Rosa se dio la vuelta cabizbaja, con los ojos inundados de lágrimas, y salió de la casa. Anduvo y anduvo hasta salir del pueblo. Llegó al árbol del monte más alto del pueblo donde un día imploraba a la Virgen por su amado, llegó al rosal que había bajo sus ramas y allí se durmió para nunca más despertar. Era una cálida noche de verano, la luna bañaba el monte y teñía el pueblo de plata...

   Cuenta la leyenda que cada año, en el aniversario de ese día, aquel rosal amanece cubierto de gotas de rocío, que no son más que las lágrimas que Rosa vertió por su amado hasta desvanecerse en la noche de los tiempos.




-.Basado en hechos reales.-

16 de enero de 2012

La Lucha II

   Las garras del licántropo presionaban el cuello de Mina con una fuerza rara vez vista con anterioridad, lo cual hacía que nuestra protagonista se fuese quedando sin respiración y entrando en una especie de trance onírico, provocado tal vez por la falta de oxígeno.
En este trance volvió al epicentro de su locura, al corazón de sus recuerdos... pero en esta ocasión, algo había cambiado.
- ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? - le susurró Nuth saliendo de entre la maleza oscura del bosque. - No puedes rendirte ahora, ya has andado un camino muy largo y aun te queda mucho por recorrer, estás en la flor de la vida... ¿vas a tirar la toalla como si estuvieses en el ocaso de tu existencia? Mientras yo esté aquí, desde luego que no.
Nuth era una de las personas más especiales para Mina, era aquella que la había visto nacer, aquella que la alimentó y enseñó la cara amable de las cosas, aquella con la que había compartido mil y una aventuras...

Nuth era su Guía, era el ama de llaves de sus recuerdos.

Era un ser pequeño, pizpireto y adorable. Siempre llevaba una mochila llena de recuerdos, algunos menos bellos que otros, pero tenía un arma muy poderosa, que la convertía en un ser mágico y letal:

Su Sonrisa.

Desde pequeña Mina había confiado en ella, había seguido sus consejos y cuentan que a veces no necesitaban ni hablarse, puesto que con una sonrisa de Nuth, Mina podía comprenderlo todo.
- Nuth, ya no puedo más... no tengo fuerzas, ya no puedo seguir luchando. Estoy exhausta - replicó Mina con un hilo de voz. - Quiero volver a casa.

- Me dan igual tus pataleos y tus llantos - inquirió Nuth. - Sabes muy bien quién eres y cual es tu misión. Yo seria feliz de verte de nuevo con nosotros, poder lavar tus heridas y enjugar tus lágrimas... pero ese no es tu destino. No voy a aceptar excusas, no puedo permitir que te rindas, así que respira hondo, toma impulso, levántate y mira a los ojos de la bestia. Tu puedes vencerle, y sé que lo harás.
Está escrito en las estrellas.

Mina miró a Nuth, entró en el fondo de sus ojos y vio que todo aquello que le decía era cierto... no podía rendirse ahora, no podía echarse atrás...

A través de esos ojos Mina recuperó la conciencia y volvió a la realidad; pero esta vez no era la pobre desvalida de hacía unas horas... ahora su mirada era más poderosa, reflejaba el fuego que ardía de nuevo en sus entrañas. Sus colmillos destellaban, afilados como espadas, y sus garras crecían cada vez más, volviéndose sables asesinos.

Tomó impulsó y dio un manotazo al rostro del licántropo, el cual se sorprendió porque ya casi la daba por muerta. Se puso en pie, le miró fijamente y le dijo:
- Prepárate a morir... tengo que seguir mi camino y no puedo entretenerme con nimiedades como tú.
Nuestra valquiria-vampiro pegó un salto sobre la bestia, clavó sus garras en los hombros y atravesó su cuello con sus colmillos, succionando hasta la última gota de sangre de tan esperpéntico animal.

Mina se encontraba de nuevo en pie, había saciado su sed, matado a la bestia, y recuperado las ganas de seguir avanzando, pero... ¿cual sería su próximo destino?

El camino no había hecho más que empezar y ella estaba entusiasmada.


13 de noviembre de 2011

La Lucha

   Habían pasado siete horas desde el inicio de la batalla, la cual estaba siendo sanguinaria, despiadada y cruenta como pocas.
Tras un golpe casi mortal por parte del licántropo, la valquiria acababa de caer y yacía boca arriba exhausta, con la monstruosa mano de su enemigo agarrándole el cuello y no dejándola casi ni respirar, apresada contra la fría y húmeda hierba del bosque. Su cuerpo sangraba ferozmente a través de las heridas propiciadas por las garras de su contrincante, sus ojos sangraban lágrimas de desesperación. Ya no le quedaban más fuerzas para continuar con todo aquello… estaba a punto de alzar la mano y proclamarse derrotada cuando de pronto todo se congeló, los recuerdos llegaron y las imágenes comenzaron a pasar ante ella.

Tumbada en el suelo comenzó a recordar quién era y de donde procedía:

Admirada guerrera del Valhalla y descendiente de una de las estirpes vampíricas más antiguas del mundo como son los súcubos, Mina era una mujer extraña y única. El combate y el romanticismo se debatían en su interior desde el principio de su existencia. Su apariencia amable y sutil, propia de las valquirias, se complementaba con sus largos colmillos afilados, propios de su parte más oscura y cruel. Infundía en todo aquel que la miraba una dualidad que helaba hasta los tuétanos, mostrando a veces su lado dulce y otras veces su lado más sanguinario. Nadie quedaba indiferente ante Mina: por mucho que ella se escondiera, no podía refugiar su doble naturaleza… antagónicamente bella, escalofriantemente salvaje.
Instruida en el arte de la guerra, de la lucha cuerpo a cuerpo, nuestra protagonista era una diestra combatiente para cualquier adversario, ante los cuales desplegaba todo un abanico de técnicas infalibles, propia de los vikingos y del mágico mundo del Valhalla. Ésta guerrera además poseía la sutileza y elegancia en la batalla propia de los vampiros: era huidiza, veloz e impía.
La compasión no existía en su vocabulario, aunque sí en su lado más femenino, presente en la Diosa que llevaba dentro. Reconfortaba a los guerreros caídos en la batalla y realizaba con impecabilidad su labor de portadora del descanso celestial para las pobres almas errantes. Pero por otro lado, su parte de súcubo no le permitía estar en paz con ella misma. Necesitaba la sangre para subsistir, y esa dualidad la llevaba por los caminos más oscuros que la mente de cualquier ser vivo puede experimentar. Intentaba ser sutil, pero su instinto la hacía cometer verdaderas atrocidades para poder continuar con vida, para poder alimentarse de las rojas lágrimas del alma que circulaban por las venas de los mortales. Esta doble moral de la que hablamos la estaba volviendo loca; formaba parte de su naturaleza a la vez que la proporcionaba una fuerza y un afán de superación sobrehumanos. En el campo de batalla, ése era el combustible que la hacía prácticamente indestructible: la furia que yacía en su interior la propulsaba siempre a la victoria…

Un grito ensordecedor del licántropo la hizo volver al momento presente de la lucha, a ser consciente de sus heridas y de su dolor. Ese sonido proferido de las entrañas de la bestia la hizo estremecerse y la transportó nuevamente a sus recuerdos:

Mina vio cómo su vida pasaba ante sus narices: los pequeños momentos de felicidad quedaban continuamente empañados por la soledad, la angustia, la pena y el sufrimiento. ¿Realmente le compensaba todo aquello? ¿No sería mejor que el licántropo acabara de una vez con su sufrimiento? Un golpe más y todo ese dolor habría terminado… aquella idea comenzaba a no sonarle tan mal. Estaba cansada de luchar, exhausta de llevar toda una vida de combate, de batalla sin fin, albergando una esperanza que cada vez se tornaba más vana, más inútil, perdida entre tanta desidia.

¿Habría llegado el día de su retirada?

Se encontraba en tierras extrañas, en medio de la penumbra y el frío más desesperante, sin una cara conocida o la mano tendida de un amigo… y lo peor de todo es que aquello era lo único que conocía y que le era jodidamente familiar. En el fondo su alma quería ser normal, una más entre tantas otras, con una misión fácil que cumplir. Quería ser feliz con las cosas simples, quería tener una familia, unos amigos y una rutinaria vida que le diera sustento y alguna que otra pequeña satisfacción…
- No puedo engañarme de este modo. Ésta es la vida que elegí y ahora he de ser consecuente, la rutina es la peor de las muertes, es aquella que asesinaría mi alma y me cortaría la cabeza para colocarla en una bandeja de plata - pensó Mina.
Su locura cada vez iba a más. En la fracción de segundo que dura este relato, Mina exploró los lugares más recónditos de su conciencia. No quería sufrir más pero tampoco estaba dispuesta a llevar una vida mundana… ambas sendas la llevaban a un mismo valle de desesperación para su alma. No quería ser una más pero tampoco soportaba la idea de seguir luchando hasta el ocaso de sus días… y ésta duda la dañaba más que la garra de su contrincante, la cual penetraba en su piel y arañaba su vida.

¿Abrió Mina sus brazos a la muerte o agotó sus fuerzas poniéndose en pie y luchando contra la bestia? ¿Qué habrían hecho ustedes? ¿Albergan una Mina en su interior?



12 de octubre de 2011

El Hada y el Súcubo

   La historia que a continuación os voy a contar la habréis visto en muchos lugares, incluso quizás la hayáis vivido vosotros mismos... la originalidad de mi relato reside en el antagonismo de nuestras protagonistas y en la condena (o la recompensa) de caminar juntas a lo largo de los siglos. A continuación descubriréis el por qué...

Lily es el nombre de nuestra primera protagonista. Era una habitante del reino luminoso de las hadas y como tal, vivía en armonía, danzaba de flor en flor y  era la encargada de iluminar al mundo cada mañana, llevando los rayos de sol a cada rincón del universo.

Nuestra hada era la portadora de la luz.

Su alma era violeta como el último rayo del arco iris, e inundaba con su sonrisa el mundo, liberándolo de la oscura noche. Sus alitas revoloteaban cada día para alcanzar su objetivo: hacer del universo un lugar cálido y confortable.
Lily era la más hermosa y amable de las hadas, tenía unos enormes ojos brillantes y morados, una larga cabellera rojiza y un rostro sonrosado que reflejaba toda la bondad del reino mágico al que pertenecía... pero detrás de ese rostro angelical residía un malestar, una sensación de soledad que arañaba su alma cada mañana cuando hacía su recorrido para bañarlo todo de luz.

Al final de cada día, cuando su trabajo comenzaba a desvanecerse, observaba desolada cómo la oscuridad y la noche empañaban su trabajo, el cual tendría que recomenzar a la mañana siguiente... y así hasta el ocaso de los tiempos. Y era entonces cuando la veía a ella, surcando el firmamento.

Jetzel es el nombre de nuestra segunda protagonista. Era una habitante del reino de las tinieblas, un súcubo cuya misión no era ni más ni menos que hacer lo contrario de Lily, sumir al universo en la más profunda oscuridad.
Cada noche, Jetzel recorría el mundo apagando cada suspiro luminoso que en él había, sumiéndolo todo en la más macabra y profunda noche, tan sólo salpicada por los hilos de plata que la luna desprendía a la humanidad.

Nuestro súcubo era la portadora de las sombras.

Su alma era tan azul como la noche y tan profunda como los infiernos. Con sus enormes alas negras danzaba por el cielo para cumplir su objetivo: hacer que el universo durmiera y soñara bajo el manto de la oscuridad.
Jetzel era la más hermosa de los súcubos, tenía unos enormes ojos amarillos, reflejo de la luz que mataba cada ocaso, una piel pálida como la muerte y una extensa melena negra como el azabache que ella misma repartía. Detrás de ese semblante de desolación existía, al igual que en Lily, un sentimiento de soledad irremediablemente angustioso que la acompañaba cada noche en su recorrido celeste.

Cada mañana cuando veía su obra terminada era cuando atisbaba a verla a ella, aquella que despertaba para bañarlo de nuevo todo de luz.
Lily y Jetzel pertenecían a mundos distintos, antagónicos, y era imposible que coincidiesen en el tiempo o en el espacio. Y esa pena era la que las estaba matando lentamente.

¿Por qué? ¿Acaso se conocían?
En otro tiempo, hada y súcubo habían compartido sus vidas y sus mundos... en el antiguo Egipto como madre e hija, en los albores del siglo XXI como hermanas, pero siempre habían estado unidas. Eran diferentes pero a su vez se complementaban y aprendían mutuamente, bebiendo la una de la sabiduría y experiencia de la otra. En una vida era el súcubo la que protegía al hada, y en otra era el hada la que cuidaba del súcubo...
Ambas habían sufrido mucho a lo largo de la historia de la humanidad... nunca tuvieron vidas fáciles, pero eso es algo que les hizo evolucionar con cada segundo que pasaba. El hada y el súcubo eran compañeras de viaje, consejeras e incluso pañuelo de lágrimas.

Lily siempre había tenido un semblante más amable, más dulce, y Jetzel había sido más seria y distante... aunque dentro de cada una reinaba un trocito de la otra: el hada también era fría y el súcubo también era cálido.

Se complementaban a la perfección desde el alba de los tiempos.

En lo más profundo de su corazón el hada y el súcubo sabían que no podrían pasar la eternidad juntas como ambas anhelaban, y decidieron inventar algo que, aunque pasaran los años, las hiciera recordar aquello que un día las unió, aquel momento en el que eran felices juntas.

Aquel algo era sin duda una canción.

Una simple melodía que las evocaría aunque estuviesen a milenios de distancia, que les hiciera volver al momento en que sus almas eran una sola, aquellos tiempos felices cuando se reían del mundo y de todos los que en él habitaban... una canción que les transportara la una al lado de la otra.

Pero irrevocablemente ese día llegó: el día del adiós.
Sus respectivos mundos las reclamaban, sus misiones contrarias las requerían. Lily pertenecía al reino de la luz, Jetzel al de las sombras... blanco y negro, alfa y omega, cara y cruz... en una palabra: separación.

El hada y el súcubo fueron reclamadas para volver al mundo de donde habían salido tras experimentar lo que era la vida humana en la tierra... aunque ellas encarnaron porque querían experimentar la vida ahí abajo, no contaban con que en ese planeta llamado tierra encontrarían a su otra mitad, ese cachito de alma que les faltaba, y mucho menos en el corazón de alguien opuesto a ellas. Lily y Jetzel coincidieron en esa experiencia, se encontraron y ya nunca más quisieron separarse... pero el destino y su naturaleza las reclamaban para volver a sus respectivos mundos. Había llegado el final de su coexistencia en la tierra.

Y es aquí donde volvemos al punto de partida de nuestro relato... Lily bañando la tierra de luz por el día y Jetzel inundando el mundo con la oscuridad por la noche... cuando una nacía, la otra moría... cada alba y cada ocaso se veían, pero nunca volverían a estar juntas. Cuando una empezaba su labor, la otra lo finalizaba.

No sé si recordaréis el As del que os he hablado... ese algo que se prometieron y que las haría permanecer unidas en la distancia de sus opuestos y atareados mundos, esa canción...
Si prestáis atención, cada amanecer y cada anochecer, justo cuando la luna y el sol se dan su beso de despedida, en el preciso instante en que los astros se despiden en el horizonte... es ahí cuando suena su melodía.

Si queréis oírla debéis estar alerta porque es como un susurro, un pequeño silbido del viento, un leve destello de luz, una lágrima plateada de la luna, un repiqueteo de gotas de agua sobre las hojas de los árboles... es un suspiro de Jetzel al ver a Lily pasar, es un balbuceo de Lily al ver a su hermana Jetzel en el horizonte...

¿El fragmento de tiempo exacto para oír la canción? Es muy fácil...

“When ligths go down...”





1 de agosto de 2011

¡Maldita Sea!

- ¡Maldita sea! ¿Otra vez tú? - dijo la joven con un tono apesadumbrado.
- He venido a ayudarte - Sus pies se iban posando suavemente en el suelo mientras observaba detenidamente el estado de Jetzel, el cual no era muy esperanzador.
- ¿Ayudarme a qué? Estoy muy bien así, gracias. Es muy fácil tender una mano con esas garras y esas hermosas alas que portas… si estuvieras en mis condiciones no hablarías tan rápido - increpó ella.
- Fuiste tú la que tomó la decisión definitiva… nosotros no lo veíamos claro, pero te empeñaste en tener esa apariencia humana para poder mezclarte entre ellos, así que ahora ¡no te quejes! Aunque de todos modos, vengo a eso precisamente, a ayudarte a recapacitar, o al menos a que me dejes tu corazón para que nosotros lo custodiemos. Si sigues así, acabarás por quedarte sin él y entonces no habrá vuelta atrás - poco a poco el íncubo se acercaba con gesto amigo a la chica, que temblando de frío se distinguía a duras penas al final de la rocosa cueva infesta de musgo.
- ¡Claro que la decisión fue mía! ¡Pero es que esto no entraba en mis planes! Nadie de nuestro clan puede ni siquiera llegar a imaginar cuánta maldad encierra algo tan insignificante como es el ser humano. Jamás pude pensar en algo así. Son crueles y despiadados, sobretodo con las personas que aman. Yo sólo quería probar cosas nuevas, sentir eso tan emocionante que plasmaban los relatos de los hombres, pero no a este precio.
Mira mi corazón, ¿quieres verlo? ¡Pues aquí lo tienes! ¿Crees ya en la maldad de los hombres y mujeres que habitan la tierra? - dijo entre lágrimas mientras se rasgaba las vestiduras, mostrando su pecho desnudo, oscuro y hueco. Un gran agujero salía de encima de su seno izquierdo, reflejando una sombra que daba escalofrío y una piedra en el interior. Su corazón estaba hecho trizas, apagado, con un par de latidos de vida. Nada más.
- ¡Es peor de lo que pensaba! - dijo el íncubo espantado - Rápido, tienes que entregárnoslo para que te puedas curar, sino siempre tendrás que quedarte con esta apariencia que tienes ahora. Nosotros lo custodiaremos en una urna de madera para que tú puedas sanarte, limpiarte, ser libre… gozar de nuevo de los privilegios de ser un vampiro y no una burda y débil imitación del ser humano, como eres ahora.
- Tengo que asumir las consecuencias. Los oráculos me dijeron que yo era diferente, y ahora ha llegado el momento de demostrarlo - dijo la joven - voy a curarme yo sola, sin ayuda del clan. Y si de he perder mi inmortalidad en el intento, pues que así sea. Pero lo que tengo claro es que ese maldito humano no se saldrá con la suya. ¡Yo soy más fuerte que él! Voy a demostrarle al mundo que por muchos arañazos que tenga en mi alma, voy a conseguir sanar mi corazón y resarcirme de todas las heridas que el humano me infringió - a Jetzel le temblaba la voz pero al tiempo que pronunciaba estas palabras, cogía fuerza y avanzaba hacia la criatura alada con decisión. - ¿Y sabes lo mejor de todo? - le inquirió.
- ¿El qué?- contestó él con un tono dubitativo.
- Lo mejor de todo es que después de que me recupere, me vengaré de todos ellos… conocerán mi furia y temerán, sobretodo él, el día en que me conoció. Voy a hacer que el destino gire a mi favor, y todo el daño que ese ser me hizo se vuelva contra él y le convierta en el ser más desgraciado del universo. Cuánto más pequeño se vuelva, más grande me haré yo. Esa será mi venganza. Ha llegado mi hora. Tengo que resolver esto para poder ser la nueva Dama Negra del clan… mis seguidores están ansiosos y saben que lo conseguiré.
- ¡Pero mi señora! - dijo el íncubo suplicante - ¡te pones pruebas demasiado duras!
- ¡No me llames así! - gritó mientras le daba un bofetón - te he dicho que ahora no soy  más que una humana común y corriente. ¡Si me llamas así nos pueden descubrir, estúpido!
- Lo siento, pero tus ojos siguen siendo los mismos, y éstos delatan tu poder… y me confunden - balbuceó el alado ser.
- Pues que no se vuelva a repetir. Y recuerda, dile a nuestro clan que pronto volveré a ocupar el lugar que anhelo, ansío y merezco… pero mientras tanto, insísteles en que me dejen en paz. No quiero volver a verte por aquí a menos que yo lo exija - dijo ella con cada vez más majestuosidad.
Tras una reverencia por parte del íncubo y justo antes de salir de la cueva cuando ya estaba a punto de echar a volar, escuchó un sonido atronador.
Jetzel yacía en el suelo, más pálida de lo normal y con los músculos rígidos. Cuando se acercó a ella la observó y vio sus ojos llenos de lágrimas y su corazón enredado en telarañas.
- ¡Mi Señora! - gritó como si le estuvieran atravesando mil dagas envenenadas.
Estaba fría, inerte y sin rastro de vida en sus ojos pero con algo de esperanza en su alma, la cual revoloteaba alrededor de la siniestra cueva.
De pronto un halo azulado comenzó a recubrir todo su cuerpo. Una fuerza extraña la envolvía y la arrancaba de brazos del íncubo, el cual estaba abrazado a ella llorando.
- Tú ganas - susurró ella mientras recobraba la conciencia y se incorporaba lentamente sobre sus pies. - Está claro que no puedo hacerlo sola, me lo acaban de demostrar… toma mi corazón, llévaselo a Markus y dile que sólo él podrá custodiarlo y reparar sus fisuras. En este periodo, yo renovaré mi alma con cada luna nueva. Cuando me haya recuperado intentaré volver a casa.
Los ojos se le iban a salir de las órbitas - ¿¡¿¡A Markus!?!? ¿Estás segura? - dijo en voz muy baja mientras tragaba saliva.
- Sí, por desgracia sólo él puede ayudarme. Es el único de nosotros que posee la fuerza suficiente para ello. Por algo es el vampiro más antiguo de todo el clan y por algo nació en Egipto, al igual que yo, aunque bastantes décadas antes. Él me conoce desde mi nacimiento y sabe todas las artes faraónicas necesarias para poder regenerarme por completo. Él escribió El Libro de los Muertos y él resucitará mi alma - dijo Jetzel con un fino hilo de voz que se escapaba entre sus amoratados labios.
- Que sea lo que vos deseéis mi Señora… ¡perdón!, Jetzel.
- Toma - dijo ella mientras se sacaba la piedra que tenía en el pecho (la piedra de su corazón) y se la entregaba al íncubo en una caja de madera que había dispuesto él minutos antes y ella había rechazado.
- Que sepas que es un honor el que me hayas elegido a mí para esta labor. No te preocupes por nada, pronto haré saber a Markus tu mandato y todos esperaremos tu regreso para celebrarlo como se merece - dijo esbozando una pequeña sonrisa.
- Ve raudo hacia nuestro hogar y no mires atrás. Sólo el tiempo será mi aliado en esta ocasión.
¡Ah! ¡Se me olvidaba! Entrégale esto a tu Señor - dijo mientras sacaba un pergamino de entre sus faldas, el cual decía así:

Querido Markus, Amo y Señor mío y de todas las oscuras criaturas de tu clan:

   Hace unos años quise probarme a mí misma, y me puse un reto que nadie creía que fuese capaz de superar: convertirme en humana para poder sentir, VIVIR como ellos. Experimentar las sensaciones que los libros describían y disfrutar de todos los placeres terrenales de los que alardean esas malditas criaturas. Y amarles.
Sólo tú creíste en mí, y me dijiste “adelante” sin duda alguna… pero el día que todos temíamos ha llegado.
Bajé a la tierra con mi nuevo aspecto y aprendí a sobrevivir, a mezclarme entre ellos. Sufrí decepciones y gocé muchas alegrías, pero había algo para lo que no estaba preparada… para amar. Conocí a un humano, el cual me llevó a los confines más inexplorados de mi nuevo ser, le amé tanto que me dolía, sobretodo al ver que mi amor no era equiparable al suyo… al no verme correspondida como tú sabes que yo me merezco. Tras varios intentos, luchas y desesperación, un día me paré y vi que mi corazón no estaba: lo tenía él. No puedo decirte sí se lo entregué o él me lo robó, lo que si puedo decirte es que ahora mismo tengo un hueco enorme en mi pecho y en mi interior, y que mi corazón ha sido reducido a una pequeña piedra, fría y oscura, llena de grietas por donde se escapa mi alma irónicamente inmortal.
¿Cómo he podido llegar hasta aquí? ¿Cómo es posible que el ser humano albergue tanta maldad como para acabar destruyendo así a un semejante? Tengo tantas preguntas que hacerte mi Señor…
Espero puedas ayudarme a reconstruirlo, yo haré lo propio con mi alma desde esta guarida, y cuando vuelva a casa podremos hablar largo y tendido y podrás explicarme y transmitirme toda tu sabiduría acerca de estos insignificantes pero hermosos animales llamados hombres. Necesito que me expliques por qué tanto sufrimiento, por qué tanto odio y tanta maldad hacia sus aparentemente semejantes… mi pobre y débil alma salta de alegría con tan sólo pensar en estar junto a ti y puedas aclararme estas dudas que me ahogan.
Esta prueba que te cuento me la impuse para ser digna de ocupar el lugar que merezco, y creo que después de todo he aprendido una valiosa lección:

No podemos confiar en los humanos.

Y mucho menos darles nuestro corazón, exponerlos a sus caprichos de primates y dejar que lo hagan trizas sin ningún tipo de remordimiento ni pena. Si esta es la vida en la tierra, sinceramente no la quiero y me arrepiento el día en que anhelé ser uno de ellos, porque dan asco.
Espero poder mirarte pronto a los ojos de nuevo, recuperar mi apariencia y tener de nuevo mis alas, las cuales añoro como si me fuera la vida en ello.



 Tu sierva descarriada: Jetzel.

25 de abril de 2011

Mi bello desconocido

       Nunca dejaré de buscar y creer en el amor. Estoy orgullosa de los sentimientos que un día albergué dentro de mi ser y no los cambiaría si volviera a vivir mi vida por muchas veces que ésta se repitiese.

Hubo un tiempo, no hace mucho, en que la luz y la alegría inundaban mi ser… hubo un tiempo en el cual creí ser correspondida… Aunque ese tiempo ha pasado y mi existencia se resbala a través de un río de amargura y soledad, nunca me arrepentiré de haber amado a esa persona, y nunca renegaré de la felicidad que me dio su compañía.

Mi corazón saltaba cada vez que le veía, era Feliz a su lado… y esta carta alienta aquello que un día fue y que espero pueda volver a ser (esta vez con mi bello desconocido), y con más intensidad si cabe.

He aquí un pedazo de mi alma.

“Carta a ti, mi amor:

Amar a una persona es poder hablar con silencios.

Esta no es otra de mis típicas cartas romanticonas en las que te digo todo lo que te quiero y lo contenta que estoy a tu lado, no, esta vez sólo pretendo disfrutar con los detalles. Márquez hablaba en uno de sus cuentos peregrinos de la magia de ver a alguien dormir, y más si es una bella desconocida. Yo pienso que contemplar a una persona mientras duerme te revela mucho de cómo es esa persona.
Esta mañana te contemplé. Te vi.

Ya sabes todo lo que siento por ti, pero esta mañana sentí algo nuevo, algo diferente, algo que todavía no sé que fue. ¿Pudo ser felicidad? Yo estaba durmiendo, pero algo me despertó, me giré y ahí estabas tú: tranquilo, incluso sonriente me atrevo a decir, con un destello de luz madrugadora apuntando a tus labios y tú brazo alrededor de mi cintura. Parecías el ser más puro del mundo.
Serías feliz si durmieses toda la vida, te conozco.

Ya sabes que siempre me ha gustado mirarte, contemplarte (lo cual a veces te pone un poco nervioso), pero esta mañana ha sido diferente… ¿Por qué? Por tus ojos. Al rato de estar mirándote, tú has abierto un ojo, me has sonreído y me has dado un beso de buenos días. Lo lógico es que te hubieses vuelto a dormir un rato más, pero esta vez no ha sido así. Esta vez me has mirado, me has contemplado como nunca antes lo habías hecho. Eso que te decía que sentí y que aún no sé lo que fue, fue provocado por tus ojos, por tu mirada. Era una mirada limpia, serena y tranquila, sin secretos, sin objeciones, sin peros ni porqués. Entonces fue cuando ocurrió, de pronto me vi reflejada en ti. El brillo de tus ojos me sirvió de espejo, y ¿sabes que? Por primera vez en mucho tiempo me gusté. Al ver mi reflejo a través de tu mirada me vi como tú me ves, me vi como realmente soy: un ser hermoso, que ama y es amado. Entonces rozaste mis mejillas suavemente y me dijiste “Buenos días mi amor”, y me regalaste una sonrisa, delicada e inocente. Yo te respondí con otra sonrisa porque no podía hablar: era feliz.

Aún no sé porque te estoy escribiendo esto a ti, pero creo que es porque necesitaba decírtelo. Sé que tú también lo sentiste, y es por eso por lo que estás así conmigo ahora, mimándome y cuidándome como si no existiese el mañana. Como te decía al principio, amar es hablar con silencios… esta mañana nosotros hemos sido capaces de llegar a ese punto, y no te imaginas lo feliz que me hace este hecho.

Pienso que soy una mujer afortunada por tenerte conmigo, porque no todo el mundo puede sentir lo que siento yo al verte. Mira a Márquez, que se cruzó con una bella mujer en un avión, y solo la pudo ver dormir. Nunca sabrá si era la mujer de su vida o no, y a pesar de compartir algo tan íntimo como contemplarla mientras dormía, no podrá compartir nada más. En su recuerdo sólo quedarán sus bellos ojos cerrados y la pregunta de si es tan hermosa por dentro como lo era por fuera.

¿Me entiendes ahora? Lo que sentí el otro día al contemplarte es algo que él nunca podrá sentir con aquella desconocida, es por eso que doy las gracias porque estás aquí. Te quiero.”
  

8 de marzo de 2011

El vuelo del Ángel

       Los últimos rayos de sol se resbalaban por la ventana de su apagada alcoba transfiriéndole unos tintes anaranjados y casi espectrales, dentro de los cuales ella se sentía cómoda. Sentada en el taburete, frente al tocador, iba dándole los retoques finales a su disfraz.

En pocas horas iba a dar comienzo el carnaval de Venecia, y ella estaba impaciente, nerviosa y emocionada. Le encantaba pasear por las calles de su ciudad con el rostro cubierto, sin que nadie pudiese reconocerla y sin que nada detuviera su paso… ni su diversión.

El ángel estaba a punto de echar a volar.

Polvos de mariposa para resaltar sus pómulos, pigmentos puros traídos de Egipto para dar profundidad a sus ojos, unos ojos verdes como la esperanza que se albergaba en ellos… y purpurina.

La purpurina plateada jugueteaba con su rostro, haciéndole guiños brillantes perfectamente estudiados y orientados para el desconcierto de aquellas personas que se dignasen a mirarla.

Y por último, el carmín.

Sus labios adoptaban, gracias a ese mágico ungüento, un aspecto apeteciblemente saludable como de un clavel abierto en todo su esplendor.

Estaba preparada. Con delicadeza cogió el antifaz que había guardado en el cajón con mucho cuidado, el mismo que su familia había conservado pasando de generación en generación y que ahora por fin estaba en su poder. Era un antifaz peculiar: negro, con filigrana plateada y purpurina… pero con un halo de misterio que hacía que todo aquel que se lo probara fuese recorrido por una sensación escalofriante, indescriptible e incómoda. Ella en cambio se extasiaba cada vez que el pequeño artilugio se ponía en contacto con su pálida piel.

Las plumas negras decoraban sus rizados cabellos y se entretejían con los mismos, recogiéndose en un moño propio de la moda de la época, elevado y que despejaba el hermoso y fino cuello de la joven.

Ahora tan sólo quedaba el vestido.

Gasas árabes, sedas salvajes de India, encajes españoles y pedrería del Véneto hacían de su atuendo uno de los más lujosos de toda la ciudad, y también uno de los más esperados…

El estrecho corpiño resaltaba sus atributos femeninos, marcaba su cintura para luego abrirse en un mundo de telas interminables que caían hasta sus pies… todo ello del azabache más intenso y del plateado que haría sombra a la mismísima luna.

Una vez vestida, se acercó hasta el espejo para ver el resultado final. Su imagen era la de una Diosa en todo su apogeo, a la que los pobres mortales no dudarían en adorar… pero entonces le vio.

El espectro de su amor estaba en pie, junto a ella.

Era el hombre más hermoso que jamás conocería, había sido su vida, su todo… la historia se había terminado, pero su fantasmagórica imagen no paraba de perseguirle, de estar a su lado, en su recuerdo, para atormentarla día y noche.

Ella cogió entonces su inmenso abanico de plumas negras y lo sacudió a su alrededor, en un vano intento de espantar a aquella figura… pero todos los esfuerzos eran inútiles, puesto que él estaba dentro de ella, en su cabeza y en su corazón.

Es hora de que comience el espectáculo.

Con paso decidido, caminó hasta la puerta, la abrió, tomó aire y salió a la calle. Estaba preparada para la fiesta y nada ni nadie se lo impediría.

Comenzó a recorrer las arduas y estrechas callejuelas de Venecia, cruzándose con gente de todo tipo, ocultas bajos sus máscaras y sus ropajes majestuosos…

Vio a un Pierrot, llorando y persiguiendo a Columbina, a un desenfadado Arlequín o al siempre estrafalario de nariz puntiaguda Doctor de la Peste. Todos ellos recién salidos de la Comedia del Arte, impregnando las calles de poesía, de música y de esplendor.

Poco a poco la muchacha empezó a sonreír, fascinada por el derroche de color y de magia que la rodeaba entre sus brazos.

Pero entonces vio una rosa blanca… y se derrumbó.

Giró la cabeza y vio el café por el que solía parar con él… siguió andando con paso acelerado, huyendo de los recuerdos, y entonces comenzó a oír la música que él le cantaba al oído cuando estaban a solas. El fantasma de su amor estaba de nuevo junto a ella, persiguiéndola, sin dejarle vivir ni respirar.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, empezó a sentir un leve mareo, y tuvo que dejarse caer en el suelo, reposando su espalda contra la pared de una de las imponentes fachadas de los palacios venecianos.

¡Vuelve al mundo de los muertos! ¡Déjame vivir!

Sus esfuerzos por sacarle de su memoria eran inútiles. Veía las tardes en las que eran felices, paseaban juntos, reían de alegría y lloraban de emoción… nada de eso volvería nunca, lo cual la atormentaba aún más.

Y sin quererlo, volvió a sumirse en el mundo de los sueños, rememorando aquella felicidad pasada: él era todo su mundo, la persona que le hacía sonreír con tan solo una mirada, con un pequeño gesto de complicidad. Ella vivía por y para él, no dormía sino estaba a su lado, no comía sino era con él… su estómago saltaba cada vez que veía su figura en la lejanía… pero él había sido un traidor, un cobarde y un egoísta. La había abandonado en el esplendor de su vida.

¿Llegó a amarme alguna vez, o sólo fue un vano sueño del que no quería despertar? Ya todo daba igual… volvía a estar sola.

Las campanas de la iglesia comenzaron entonces a repicar. Dentro de unos instantes, el ángel volaría…

Ella abrió de nuevo los ojos, se miró las manos y contempló su anillo, aquel anillo que le dio su abuela en el lecho de muerte acompañado de estas palabras:

“Cuando estés sumida en las sombras, dale vueltas a este anillo, y la luz volverá a tu mundo”.

Entonces lo hizo. Comenzó a acariciar suavemente la alianza de plata, y cada vuelta que le daba era como si su ánimo fuese creciendo, levantándose con ella.

Se puso en pie, sacudió sus vestiduras y se preparó para continuar su camino… él parecía haber desaparecido. Pero algo de pronto le impidió que echara a caminar: un brazo firme la sujetaba por la muñeca.

Paralizada. Así se quedó ella ante tal sorpresa.

No pudo girarse ni moverse, estaba petrificada. Entonces notó un cálido aliento acercándose a su oído…

“No esperes que te salven. Ya has esperado demasiado” le dijo una voz profunda y varonil, no ajena para ella. “Conoces todas tus vidas, y en cada una de ellas has cometido el mismo fallo: está bien que el amor gobierne tu vida, pero no confundas amor con desesperación”.

Incrédula, sus ojos se abrían como los de un ave rapaz al localizar a su presa. Esa voz le era familiar, era la voz que cada noche le susurraba en sueños.

El Señor del Karma había vuelto para darle un ultimátum…

“La única que puede salvarte eres tú misma. No vivas la vida a través de otras personas, no esperes que te rescaten, no estés a la expectativa de encontrarle. Vive tu vida, sé feliz y siéntete completa en soledad”.

“Cuando aprendas esto, podrás volver a volar. ¿Quieres intentarlo?”

Boquiabierta. Ella sabía muy bien de qué le hablaba, y lo peor de todo es que sabía también lo que tenía que hacer. Había llegado la hora de renacer, de dejar atrás toda su vida y de seguir su camino…

Había llegado la hora de volar, pero… ¿encontraría sus alas?

En un último esfuerzo, consiguió soltarse del brazo que la ataba y se giró para ver el rostro que había pronunciado tan bellos sonidos. Nadie. Entonces agudizó la vista, y vio cómo a lo lejos, una figura masculina, vestida de negro, con una larga y elegante capa que le arrastraba por el suelo se perdía entre la multitud. Un halo de luz y misterio le rodeaban… había sido él, no había duda. El Señor del Karma había salido del mundo de los sueños para recordarle lo que había sido ella en otros tiempos, y lo que podría volver a llegar a ser.

Una ráfaga de viento recorrió entonces todo su cuerpo, su rostro, sus manos… “Busca tus alas y Salta”.

De pronto miró hacia abajo y vio a la multitud expectante. Después de varias horas paseando y meditando entre telas, destellos y perfumes, había llegado por fin a la Plaza de San Marcos.

Ella estaba sobre la cornisa más alta de la Catedral, sujetada por dos hombres, esperando la señal que daría comienzo al espectáculo.

El vuelo del ángel era una tradición que se remontaba siglos atrás y que abría las puertas a una noche llena de festejos, una noche donde todos eran quienes querían ser, una noche donde Don Carnal poseería toda Venecia.

Había llegado el momento de que el ángel echara a volar.

7 de marzo de 2011

Almas hermanas


Querido hermano:

Hace unos días leí un libro muy interesante sobre un hombre con valor. Su nombre es Víktor Frankl, y vivió durante la Segunda Guerra Mundial en un campo de concentración nazi, del cual logró salir. Creo que su actitud y su historia te vienen muy bien ahora, en estos momentos tan difíciles por los que estas pasando. Sé que eres fuerte, como él, y sé que saldrás adelante.

Como te decía, Frankl es el creador de la logoterapia, y como tal, sabe “aprovechar” el sufrimiento que supone en ocasiones la vida. Él fue blanco de los nazis en un campo de concentración y de ahí aprendió y supo ver más allá. Defendió que el sufrimiento es una mera circunstancia y que lo que realmente importa es la actitud que tengamos ante él. Tras atravesar los momentos más críticos que un ser humano puede pasar, estando al borde de la muerte y privado de todos los elementos básicos que el hombre necesita para sobrevivir, Frankl tomó un camino diferente. Aprendió de estas circunstancias y adquirió una actitud positiva ante su destino. Defendió que cuando estás privado de todo, lo único que te queda es la libertad de adoptar una actitud u otra ante esas adversidades. Lo máximo que tiene el ser humano es la libertad, la libertad de elegir, el libre albedrío. Cuando estás ante una situación límite, aún te queda ese rayo de esperanza de decidir cómo te vas a enfrentar a la vida para aprender y trascender la barrera de lo material. En pocas palabras, aprender de los hechos para crecer espiritualmente.
 
Si esta actitud ante el sufrimiento la comparamos con el sufrimiento en nuestro tiempo, es evidente que no tiene ni punto de comparación con lo que pudo sufrir Frankl. Hoy en día pensamos que sufrimos mucho con la vida, pero realmente es porque estamos en una especie de burbuja, con los ojos vendados y sin apreciar realmente todo lo que somos y todo lo que tenemos. La existencia humana actual es infinitamente mejor en cuanto a condiciones de vida que las del periodo Nazi, pero aún así nos quejamos. Nuestra actitud ante el mundo es de lamentos y quejas, sin valorar nuestro alrededor y disfrutar de él. En este sentido podríamos hacer caso y tomar ejemplo de Frankl, el cual supo crecerse ante la adversidad. El mundo de hoy se rinde muy fácilmente: nos quejamos por tener demasiado trabajo o por no tenerlo, por no tener tiempo libre o no tener dinero, por tener unos kilos de más o por no poder ir este año de vacaciones… Ante estos hechos, nuestra actitud es pasiva, no hacemos nada por cambiar las cosas, nos hundimos y pataleamos como niños pequeños. Este mundo necesita valor, necesita fuerza para creer en nosotros mismos y afrontar las vicisitudes de la vida. No siempre las cosas saldrán como nosotros queramos, pero lo mejor es aprender de Frankl y adoptar una actitud positiva ante la vida. Rendirse es de cobardes, debemos afrontar los retos del día a día; sólo así podremos crecer como personas y ser felices, que al fin y al cabo es de lo que se trata.

Sé que tú eres valiente y que, como Frankl, conseguirás salir del campo de concentración en el que te han metido las circunstancias de la vida.

Ánimo y suerte.



P.D.: Afortunadamente, todos tus mayores males ya pasaron. He querido poner esta carta hoy aquí, dos años después, para que veas lo maravillosa que es la vida, y que esa actitud de la que te hablaba es fundamental para salir adelante.

Te quiero, hermano.